Hoy es el día. Llevo meses preparándome para ello. Tengo miedo. Pienso en cómo será mi futuro. Rendirme y no conseguir aquello por lo que he luchado tanto es difícil de asimilar.
Hoy es el día de mi gran renuncia. Renuncio a seguir batallando por un sueño imposible. Renuncio a preocuparme por el qué dirán y las preguntas incómodas. Renuncio a basar mi felicidad en algo que no ha podido ser.
Mi familia me apoya, pero veo en sus caras su preocupación por mí y por el agotador periodo por el que estoy pasando. No puedo seguir así. Tengo que hacer borrón y cuenta nueva. Hay muchas posibilidades ahí fuera para realizarme, y no es bueno aferrarme solo a una.
La vida me ha llevado a desistir de mi anhelo más deseado, pero a partir de ahora me centraré en mi recuperación física y emocional. Este proceso me ha destruido y es hora de dar carpetazo al asunto. Es el momento de cruzar la puerta con decisión y enfrentarme a mis fantasmas, de volver a tomar el control. Respiro, doy un paso adelante y le indico a la secretaria:
—Buenos días. Tengo cita para descongelar mis óvulos.