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Gloria López

SECCIÓN: MEMORIAS CON HISTORIA

Tardes de primavera, de verano, de otoño, de invierno...

Y con una tiza blanca, en mitad de la cera, marcábamos aquellos cuadrados, tan presentes en mi memoria.

Intentábamos que cada casilla tuviera el mismo tamaño que la anterior, misión muchas veces imposible, pero una vez que habíamos terminado y comprobado que había quedado perfecto, procedíamos a numerarlas del 1 al 10.

Era entonces cuando se formaba la fila  y comenzaba el juego; se tiraba una piedra a la casilla número uno y saltando a pata coja teníamos que recogerla. Así una a una hasta llegar a la última.

Recuerdo que había casillas llamadas descanso (se apoyaban los dos pies), paraíso, cielo o gloria (llamada en otros países cielo ), las cuales tenían una función determinada a razón de su nombre. Otras casillas estaban divididas en dos partes y se saltaban en las dos al mismo tiempo con las piernas abiertas y un pie en cada una de ellas.

He de destacar, eso sí, que no podíamos obviar las reglas tan importantes como ir a la pata coja en todo momento y si ponías ambos pies los pies en el suelo o te caías tenías que empezar de nuevo. 

Al final, por supuesto, ganaba quien terminaba antes el recorrido completo sin haber cometido ningún fallo.

Cuantos trozos de tiza utilicé para hacer mis tejes, y cuantas piedras fueron lanzadas por mis manos que si bien al principio, fallaba gran cantidad de veces y se salía fuera del cuadrado marcado, con los años y la práctica mi puntería mejoró y casi nunca fallaba. Eso sí, era muy importante la forma, el peso e incluso el tamaño de la piedra que escogíamos para tal menester. Tanto fue así mi afición a este juego que cuando encontré la piedra perfecta, le pedí a mi padre que me la pintara de blanco y se convirtió en mi talismán, y la utilizaba cada vez que jugaba. Recuerdo que cuando llegaba a casa la guardaba en la gaveta de mi mesa noche para, al día siguiente, volver a competir con el resto de chiquillos y chiquillas del barrio.

Lo mejor era que cuando regaban los jardines de las casas o llovía intensamente y nuestro juego se borraba, perdiéndose diluido entre el líquido que lo arrastraba, motivándonos a que el nuevo a dibujar fuera mejor que el anterior.

Recuerdo cuando llegaron las tizas de colores, eso fue lo último de lo último y cada cuadrado era de un color diferente al igual que los números que resaltaban así mucho más.

Ahora, mientras escribo este artículo, me miro las manos y recuerdo verlas manchadas de muchos colores, mezclados, después de haber conseguido haber terminado el teje completo y dejarlo preparado para jugar y jugar tarde, tras tarde.

Según nos contó una vez una profesora del colegio, el inventor del Teje o Tejo (conocido así en la península) quiso reflejar en el juego la vida misma, con el nacimiento, el crecimiento, los problemas y dificultades, la muerte y la meta final, el cielo. Una lección que en ese momento me ayudó a entender que no solo jugábamos a un simple juego, sino que con cada salto, en perfecto equilibrio, intentábamos de una forma u otra conseguir alcanzar cuadro a cuadro un objetivo final.

Históricamente, el juego se remonta a tiempos de la antigua Grecia, atribuyéndole un origen adivinatorio y un significado simbólico. Recibía el nombre de ascolias, pasando después a Roma donde se le conoció  con el nombre del juego de las odres.

Con los siglos se expandió por todo el mundo, así en Chile se llama luche o huche, en Colombia golosa o carroza, en Portugal juego del diablo o juego del hombre muerto, en Italia se la llama mundo, en Venezuela el juego de la Vieja y en México avión o bebeleche.

Destacar que en el teje o rayuela africana no utilizan piedra, no es un juego competitivo y se usa música, al ritmo de la cual los participantes tienen que realizar  una coreografía simétricamente perfecta.

Todo un mundo diverso dentro del universo de un simple juego como el TEJE.

Me despido con la satisfacción de contar que actualmente, este juego se incluye en muchos colegios de las islas y se fomenta como actividad en los juegos escolares, ya que desarrolla cualidades como el cálculo espacial, la coordinación ojos-manos, la puntería, el equilibrio, la estabilidad, la estrategia y el respeto por las normas. Pero sobre todo es un modo de promover los juegos de nuestra tierra, impidiendo de esa forma que caigan en el olvido.

“Hoy por la mañana, mientras paseaba por Santa Cruz, me lo encontré dibujado en mitad de una plaza y sin poderlo reprimir lo he vuelto a saltar, trasladándome a aquel momento, a aquel lugar, donde jugando al TEJE fui muy feliz.”