Llegué como un resuello.
Ni tan siquiera los pájaros,
que anidaban en el rojo tejado,
se percataron de mi presencia.
Me deslicé entre la puerta entreabierta
y el olor a madera recién cortada
impregnó todo mi cuerpo.
De lejos,
tu delgada silueta se reflejaba
en el anticuado espejo de la entrada.
Me fui acercando despacio,
tanto que mis pies más que caminar
rozaban tímidamente las frías baldosas.
Susurré tu nombre,
como un beso cuando se pierde en la distancia.
Pero no te inmutaste.
Y seguiste tallando aquel trozo de oscuro madero
que envolvías con tus manos.
De nuevo te llamé,
y de nuevo me ignoraste.
Era tal tu abstracción, que ni el maullido del gato
apoltronado en el sillón, logró disuadirte.
Abuelo Narciso,
te ensueño entre serrín y aromas de café.
Acariciando mi pelo con tus manos,
marcadas por el uso del cincel.
Nunca besaste mi rostro
y el tuyo solo por fotos conocí.
Abuelo Narciso,
carpintero, ebanista y artista,
hoy te he vuelto a soñar.
Si te hubiera conocido
estoy plenamente segura,
que hubieras sido un amoroso abuelo.
Como buen padre fuiste,
de mi hermosa y adorada madre.