Los siento allí en cuanto piso las toscas del camino.
Me reciben, me acogen, abrazan mi interior.
Siento su fuerza y su empuje.
Escucho sus voces susurrándome al oído:
Sigue adelante, tú puedes, nosotros estamos aquí.
Cierro los ojos y me dejo acariciar por la brisa del sur.
Las agujas del pino parecen aplaudir mi llegada.
Los gatos corren prestos a darme la bienvenida.
El sol calienta mi cuerpo, y mi espíritu se renueva.
Y así una y otra vez
en cuanto regreso a la tierra de mis ancestros.
Tierra árida y sureña
donde los cultivos de secano florecen
por la generosidad de la naturaleza.
Donde las manos femeninas de la casa calaban sin descanso.
Desde lejos llega el balido de una cabra reclamando su sustento.
Un perro le ladra al viento al otro lado del barranco.
Los pájaros cantan posados en las ramas de las vinagreras.
Y en mi boca se abre una sonrisa al ver pasar volando una mariposa.
Mi alma ya está en paz y se lo debo a ellos, a mis ancestros.