Llegas por el callejón empedrado frente a esta casona que divisaste desde las lomas al otro lado del barranco y que tanto te atrajo. Tengo que conocerla por dentro, pensaste enseguida, intuyendo el principio de alguna experiencia irrenunciable. El portón de maderas desgastadas, las pilastras ennegrecidas por el paso de los años, la pintura descolorida de la pared, el remiendo grisáceo del encalado, todas esas señales del paso del tiempo te sugirieron la entrada a un mundo de recuerdos guardados entre sus muros que, aunque ajenos, te harán revivir tu felicidad en esa otra casona donde creciste y que hace ya veinte años sucumbió ante el avance de la urbe. Parece sencillo el acceso, pero no te fíes: fíjate en el alambre de púas y comprenderás que te está vetado.