Nadie hasta ahora ha podido aportar una definición certera de la poesía. No lo concretó Aristóteles que escribió Poética, ni las corrientes más actuales que pincelan, si acaso, una leve aproximación. Nos quedemos, en todo caso, con la argumentación del argentino Jorge Luis Borges: «Lo sabemos tan bien que no podemos definirla con otras palabras, como somos incapaces de definir el sabor del café, el color rojo o amarillo o el significado de la ira, el amor, el odio, el amanecer, el atardecer o el amor por nuestro país. Estas cosas están tan arraigadas en nosotros que solo pueden ser expresadas por esos símbolos comunes que compartimos. ¿Y por qué habríamos de necesitar más palabras?». Lo que sí tenemos claro es que nos lleva por senderos emocionales, perceptivos, sensitivos, sensoriales, estéticos y profundamente conmovedores.

La poesía de Belén Valiente encierra una parte de esas características que acabamos de mencionar, pero también transforma elementos autobiográficos en material poético. Lo que la lleva a formar parte de esa corriente denominada poesía confesional. Y así, en este libro, donde la naturaleza adquiere una dimensión lírica, alegórica y simbólica, nos muestra los recovecos, los resquicios, los ondulantes caminos de sus laberintos interiores. Late una lucha no solo en  su mundo más profundo, sino en su ferviente defensa de la justicia y de la igualdad de la mujer.

Cuando acudimos al título, Las flores no se arrancan, sentimos el primer desgarro. La advertencia de la poeta ante la frágil flor cuyo fin es proveer, desde su aroma o su efímera belleza, sensaciones únicas e intransferibles. Una metáfora diáfana y contundente que quiere detener el destrozo, la violencia, el maltrato. Nos encontramos ante una mirada comprometida con el verso y con los derechos. Nos lo señala en sus constantes diálogos interiores.

La trayectoria creativa de la autora siempre ha transitado por la mirada psicológica y sensible. No exenta de las variaciones emocionales que el ser humano experimenta como el dolor, la tristeza, la difícil concepción y siempre variable de la existencia. Sus versos no son una vuelta a naturaleza bucólica y contemplativa que nos plantearan en su tiempo los poetas románticos. Más bien, deja que los rayos del sol atraviesen las ramas de los árboles y transformen la desdicha en una acción esperanzadora. 

En su poema Inversión la poeta versa:

                                          

                                              “Y en vez de contarme el cuento triste.

                                               Les dejé algo de ternura,

                                               un poco de tristeza

                                              y la esperanza”

                                                       

En ese juego de espejos que nos ofrecen sus poemas nos muestra su propia desnudez interior. El alma sin piel, la palabra al alba, el propósito de cambio en las alas del viento. Belén Valiente nos plantea que los seres sensibles, las mujeres vulnerables, están a salvo si las conciencias se movilizan, se siembran, se riegan, se cuidan. 

La búsqueda de una vida mejor es posible desde la sencillez que la naturaleza provee como símbolo y  principio. Siempre con el imprescindible impulso de los sueños. En estos versos se percibe con nitidez: 

 

                                                 Como decirte que no tengo armas ni las quiero.

                                                Que solo tengo agua, solo tierra,

                                                 Solo ilusión.

 

La poeta sabe, es consciente de que no camina sola. Hay alteridades u "otredades" que quizá estén dormidas y que son susceptibles de despertar desde la fuerza poética, sin duda.

El lenguaje de Belén Valiente se adelgaza hasta transparentar lo esencial con las consiguientes cargas de profundidad. Su poética es intensa, no nos deja indiferentes. Por el contrario, sus versos más tristes albergan  la esperanza que se abre paso. En cada poema nos revela una mirada, extiende el mapa de las emociones, y traza una ruta que cada lector hará suya.

Decía Vicente Aleixandre que no hay un solo poeta que no mueva el mundo. Y en este sentido se expresaba Nicanor Parra: «todo lo que se mueve es poesía». Belén, en  su poemario lo mueve, lo cimbrea y lo abona con sus palabras. Sabe que quien mira, contempla y se interna en sus versos encontrará esa parte sensible y reflexiva. O la explicación de su propio interior y su relación con el mundo que le circunda. 

La poesía, los sabemos, no pretende, solo muestra. Y la poeta, asolada por rutinas o desazones, nunca se rinde. 

 

                                [...] Agradezco, sin embargo,

                                mi fortaleza despiadada,

                                mi valentía de cuna

                               y mi sonrisa fingida.

                              Agradezco, sobre todo,

                             que puedo plantar mis semillas a diario,

                             llore o no llore,

                             llueva o no llueva.

 

La naturaleza como referente constante florece en la mayoría de sus poemas. Agua dulce o salobre gorgotea, discurre, salta, cae del cielo y riega vida. La tierra que acuna semillas, flores, tabaibas o palmeras El fuego que arrebola, incendia emociones y sentimientos. El aire que lleva y trae, arropa vientos y es patria de aves y libélulas.

Belén Valiente es una equilibrista sobre las indelebles líneas que habitan entre verso y verso, y camina segura por el alambre de este poemario. Donde los paraísos cotidianos también se instalan en su azotea. 


 

Libro: Las flores no se arrancan de Belén Valiente. Ediciones Idea-Aguere

 

Belen-Valiente