Guia
Lola-May
Dolores Pérez González, Lola May

 

 

 

 

El reloj de pared dio la última campanada. Su tañido reverberó en la penumbra del living que, iluminado por la luz de la farola, impedía a la noche su cerco absoluto.  El rítmico balanceo del péndulo anunciaba la inexorable continuidad del tiempo y el eterno cuestionamiento de nuestra prescindible soberanía.

Un suave tintineo de cristales evidenció la presencia de una mano temblorosa que escanciaba en sorda caída el líquido oloroso.

Se llevó a los labios el vaso ancho de grueso fondo y chasqueó la lengua tras el sorbo. Exhaló un suspiro bronco tras el trago que inundó de alcohol el aire. Siempre recibió el halago de las mujeres por aquel timbre de voz grave, profundo y masculino.

Su mirada recorrió lentamente la estancia y cada objeto de la misma. Reparó en su americana, de corte exquisito y perfectamente colocada sobre la espalda de la silla. Se había descalzado al llegar y debajo estaban sus zapatos italianos que ahora lucían húmedos y manchados, aunque unas horas antes hubieran estado brillantes e impolutos.  A la salida del teatro había caído un ligero rocío. Era su 70 cumpleaños y había decidido celebrarlo asistiendo al estreno de La Traviata. Una copa con los socios había sido todo su homenaje.

Sobre el sofá estaba el libreto y la gabardina descansaba con indolencia goteando lentamente en el perchero mientras el paraguas colgaba de la manecilla de la puerta.  A un lado del sillón orejero rodó el bastón de empuñadura de plata regalo de un antiguo amor. Sin importarle, sorbió otro trago.  ¿Qué importaba ya nada?

Sus ojos se posaron en el libro que estaba debajo de la mesita “Guía de la buena esposa”- leyó.

-¡Pobre mamá! - pensó- Yo sí que hubiera sido una esposa perfecta.