La nariz se le puso roja por el frío que hacía en el interior de la cueva. Estaba seguro que había seguido las indicaciones del mapa pero ya no le quedaba ninguna duda, estaba perdido y no podía encontrar la salida. Se sentó intentando mantener la calma, respiró profundamente varias veces y volvió a revisar uno por uno todos los pasos que había seguido desde que accedió a la gran caverna de los murciélagos negros. Entonces recordó que minutos antes había dejado a su derecha la cascada de las lágrimas azules, el punto donde se cruzaban varios túneles. Así que volvió a cargarse la mochila y retrocedió lo andado.
De repente un grito lo sobresaltó Fernando, baja ya que la cena se enfría. Nuestro pequeño lector abandonó el sillón sobre el que estaba recostado, marcó la página del libro y lo colocó sobre la mesa de estudio. La llamada de su madre lo había interrumpido en uno de los momentos más emocionantes de la lectura. Así que decidió bajar, cenar rápido y subir de nuevo a su habitación. Estaba ansioso por saber como Peter, el protagonista, lograba superar aquella nueva aventura. Pero sobre todo, volver a sumergirse en aquel fascinante entorno descrito en cada página de la novela. Esa noche el cansancio pudo más que las ganas y Fernando cayó rendido en un profundo sueño en el que descubrió el centro de la tierra junto a su nuevo amigo Peter, pues en el mundo de la fantasía todo es posible…