Asuncion-Cívicos-Juarez
Asunción Cívicos Juárez

 

 

 

 

 

La nave se posó con suavidad en Las Cañadas. El arrebol vespertino teñía las lenguas de lava y las rocas del Teide de tonos rojizos, fucsias y anaranjados. Se sorprendió al ver tan inefable belleza en un espacio mucho más pequeño del que provenía. Y al mismo tiempo, tanto terreno baldío. Su rostro dibujó un signo de interrogación. Le habían llegado noticias de las dificultades de tantas familias para llegar a fin de mes, llenar la alacena y dar de comer a sus retoños dada la escasez del jornal. El suelo canario era fértil y agradecido, ¿por qué no cultivarlo? En su cabeza se atropellaban infinitas preguntas sin respuesta. Y su ánimo le urgía para llevar a término las averiguaciones necesarias.

No había tiempo que perder, Kronos se retorcía en sus aposentos y la miraba con desesperación y reproche. Mucho trabajo pendiente. Pero ella, no solo era resuelta, sino que sabía cómo amorosarlo y calmar sus ataques de ira. Sin más preámbulos, aquella descendiente de la reina Pentesilea que gobernó Themiscyra en otra época, ahora lejana,  silbó a la jaca y se encaramó a su lomo de un brinco. Recorrían al trote los pueblos y calles de la antigua Ninguaria, para sorpresa de sus habitantes que no entendían de dónde había salido aquella amazona. A quien preguntaba, le respondía y se tomaba el tiempo necesario para aclarar que no era una androktona, que nunca estuvo en su ánimo, ni en el de sus compañeras, acabar con los hombres. Aquéllas bravas mujeres pretendían, únicamente, recuperar su libertad y no volver a ser esclavas. Se negaban a la sumisión que exigía Hércules y a sus intentos de dominación y agresión sexual. Este empeño las liberó y las hizo más fuertes, hasta el punto de desarrollar un gran poder físico, emocional y mental en Islas Paraíso y Afortunadas.

Era soñadora, pero no una ingenua nefelibata. Ella indagaba, buscaba respuestas y procuraba tener sus pies bien plantados en la tierra. No se engañaba y no quería ser engañada con lo que acontecía a su alrededor. Llevaba un tiempo paseando sus brazaletes, su armadura, su escudo y su inseparable lazo de la verdad por La Laguna, cuando pasó junto al quiosco de prensa que hay en la Plaza de la Concepción. El titular de un periódico atrapó su mirada dibujándole una mueca en sus carnosos labios y un zigzag en sus bien perfiladas cejas: “Una mujer de 25 años, agredida con ácido en cara y cuello por su ex pareja…” Era una noticia del 21 de noviembre de 2018, pero había otra, ocurrida cinco días antes: “Una mujer de 36 años muere apuñalada por su ex pareja de 45 años, vigilante de seguridad en un parking comercial”. Se dirigió apresurada a la hemeroteca para comprobar, con estupor aumentado, que no eran los únicos casos. ¿Es que no había servido para nada su larga lucha y su renuncia al amor y a la compañía de los hombres?

Bien sabía su creador, el profesor Marston, que no la movía ningún afán de venganza, sino una insaciable y perenne sed de justicia. Sumida en estos pensamientos se dirigía a la Plaza del Adelantado cuando se encontró con Superman. Se sentaron en una terraza. También él había leído las noticias, compartieron su indignación y tristeza por lo que estaba ocurriendo y por la secular vigencia de estos sucesos. Y, sin embargo, coincidieron en los avances y en el esfuerzo común de hombres y mujeres por lograr mayores cotas de libertad y de igualdad entre ambos. Reconocieron el trabajo de tantos grupos feministas que reivindican el fin del patriarcado, de la violencia  ―cualquiera que sea su origen y su destino―, de la dominación y el sexismo. ¿Quién dijo que las feministas están en contra de los hombres?  ¡Cuánta equivocación y despropósito!

Se pusieron de acuerdo inmediatamente.

―El problema no son los hombres ni las mujeres, dijo ella.

―Es el sistema de creencias transmitido culturalmente, que asume y acepta sin cuestionarlo, la supremacía y dominio de unos sobre las otras, añadió él.

―Aquéllos que están menos evolucionados y que carecen de empatía, se otorgan el derecho de violar y asesinar a su antojo, dijeron a coro.

Ambos reconocieron la necesidad urgente de una transformación radical, hecha codo a codo por hombres y por mujeres con el mismo anhelo: construir otra sociedad más libre y justa. Una sociedad habitada por hombres y por mujeres que se relacionen desde el respeto ―opinaba ella―  y que compartan un rasgo de carácter y de conducta común: La bonhomía.

La revolución pendiente… el cambio, ―dijeron al unísono― lo haremos juntos o no se hará. Superman y Wonderwoman sellaron este pacto con un beso fraternal.

Publicado en Monstruos y superhéroes. Relatos terremotos de las islas afortunadas (2019) Ed. Lozano Latorre.