Maria-de-la-Luz
María de la Luz

SECCION: LA MEMORIA INTACTA

Recuerdo el día que, en este mismo jardín, la historia de mi madre me bañó de asombro y tristeza, era yo una pequeñaja de nueve años de edad y sin querer oí a mi abuela contarla. Iba yo a toda velocidad detrás de mi gato Anastasio cuando tuve que detener la carrera de golpe porque el muy bribón se metió debajo de la silla de mi abuela, acurrucado debajo de la manta que cubría sus piernas era muy poco lo que yo podía hacer por alcanzarlo. Allí de pie, detrás de mi abuela y de la tía Ángela, sin atreverme a mover ni un solo músculo de mi cuerpo aguardé unos instantes, al cabo de los cuales, retrocedí despacio y en silencio con la intención de esconderme detrás del aljibe a esperar a que mi gato saliera de su improvisado escondite; me puse de cuclillas detrás de un florido arbusto de hibiscus que me ocultaba muy bien y fue allí donde aquella historia emboscó mi inocencia. Las lágrimas brotaron de mis ojos a borbotones sin que yo pudiera hacer nada por detenerlas. Contaba mi abuela en voz baja y con mucha congoja, un acontecimiento que ella describía como un duro golpe que la vida le había propinado y como una vergüenza que embargaba sus días desde hacía mucho tiempo.

Siendo mi madre una hermosa y desenfadada joven de veintiún años de edad, rebosante de vitalidad y belleza se enamoró de Sotero, mi padre, del que muy poco sabía yo y al que había visto en contadas ocasiones. Era él el más fanfarrón, buscapleitos y enamoradizo hombre del que una chica jamás debía enamorarse, tenía la fama de picaflor y escurridizo. Por entonces se corría la voz de que sus padres lo querían mandar para Cuba por algunos pleitos en los que se había metido. Desoyendo los consejos de mi abuela, mi madre comenzó un escondido romance con su pretendiente y no pasó mucho tiempo para que dicha relación diera sus frutos. El embarazo de mi madre siendo una joven soltera es el acontecimiento nefasto del que hablaba mi abuela, y la vergüenza era yo, así lo pensé en aquel momento. En ese instante entendí las circunstancias de mi nacimiento y de mi infantil existencia.

Por fortuna, mi abuela quien me arropó con un infinito amor maternal desde que nací, sin saberlo disipó la tristeza que aquella historia me había causado y pronto yo misma trataba de no pensar en ella, pues sabía que era mejor guardar el secreto de mi descubrimiento y mantenerme a salvo por el momento preservándolo dentro de mi alma.

Mi abuela Luz se encargó de adornar mi vida y me hizo sentir una niña privilegiada, segura estoy que su alma iba por delante de los tiempos que le tocó vivir, en cambio, mi madre tuvo que pagar por su osadía que estaba muy mal vista para la época, viéndose obligada a buscar el camino del exilio dejándome al cuidado y al amparo de mi abuela, sin saber ella o sí, que ese camino la llevaría de nuevo a su viejo amor. Mi padre había emigrado a América hacía algún tiempo atrás.

Tras la muerte de mi abuela y mi partida a América, mi querido libro de Don Quijote de la Mancha, mi gato Anastasio y mi isla en la que había sido tan feliz quedaron atrás para siempre.

Hay historias sueltas que vuelan sin rumbo fijo ni camino definido, y que pertenecen a quienes ellas escogen como me escogió a mí siendo una pequeñaja la historia de mi madre.