Ella esperaba la flor que cada año su amado le regalaba por el día catorce de febrero. Ni una sola vez falló durante tanto tiempo compartido. Como todos los días, la despertaba la pálida luz que entraba a rayas por su ventana cuadriculada, y enseguida su pensamiento voló al tiempo del ayer, cuando no solo le regalaba la flor, sino la risa, la alegría y la fiesta. Salían a celebrarlo como dos adolescentes como si ello fuera a ser eterno. Qué lejos de la realidad cuando pasaron a ser ensueños que se alojan en el mundo perdurable de los deseos. Pese a todo, deseaba enviarle las señales que alguna vez compartían cuando bromeaban de que faltara uno u otro, y se veía respondiendo con los ojos vidriosos, la sonrisa fingida y el abrazo vacío. Lucía le enviaba el sentimiento profundo del recuerdo entrañable lleno de fantasía, que viaja a ese lugar donde existe el paraíso, desde donde le llegan vibraciones, que, a veces la sorprende mirando tras de sí, como si fuera su sombra y que al girar en derredor no encuentra nada más que la soledad. Pero ella sonríe nostálgica y en su interior sabía que él la rondaba, como hacía antaño cuando la colmaba de amor infinito y la embaucaba ocupando su pensamiento. El bullicio de la calle y las rayas de luz en su cara la despierta y desvanece su sueño. Con añoranza se desprende de la caricia fugaz y del abrazo que le oprimía el pecho y, con la misma sábana se enjuga las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
© Isa Hdez.