Quintín Alonso Méndez
Quintín Alonso Méndez

1.

La noche me trae noticias

con alegorías, con imágenes sonámbulas que navegan en la oscuridad de la mente,

como palmatorias ondulándose en un mar oscuro de olas negras.

Esta noche la habitan diminutas mariposas nocturnas

aleteando en el trémulo vientre de tu cuerpo de miel,

noche que extiende sus sábanas violetas por los labios que amanecen

y con lávica lengua resbalan por las estremecidas lunas que anidan en tu ígneo cuello.

Soy pasto de las debilidades

que como las tristezas picoteando en los huesos

a diario me crecen,

excelsas debilidades, inútiles y débiles las fortalezas,

los muros sencillamente se abaten con aleteos de mariposas,

con un susurro de abejas, con parpadeos del mar en los ojos,

con la uva en la savia del vino, con el puño cerrado señalando la firmeza.

Inundado de lo débil en alegorías me trae noticias la noche,

quizás haya un tiempo que nos pertenezca

y nunca lo sabremos,

un tiempo como gorrión aislado en un tímido rincón, silencioso, vacío,

en un aparte oscuro de las gavetas del armario, debajo de una maceta,

en un diminuto y perdido bolsillo de la mochila de los acontecimientos,

una estepa de piedrecitas quizás en la estantería, entre los libros.

Soy pasto de las debilidades, trazo pinceladas de extraños mundos

donde te encuentro y no te busco. Me siento a mirarte,

admirarte sería la palabra justa, pero las olas me aturden,

el cansancio es un camino sin regreso,

como un mirarnos bajo la lluvia descubriendo lo irrepetible y por ello lo eterno,

débil me aferro a las hebras del viento, a las voces del abismo,

nadie me oye en el desgarro, en el derrumbe de los silencios.

Solo he gritado débilmente un resquebrajado te quiero

2.

Un silencio extraño en la casa, que nunca antes había sentido,

de libro abierto por escribir. Es un silencio habitado.

La gente iba abrigada por el paseo de la costa,

como si el otoño invitara al hogar, a la hoguera primigenia,

acaso el frío no sea más que la añoranza del abrazo,

duele la tristeza cuando solo lleva puesto el abrigo de la soledad,

así la calle rebosando abrigadas soledades hacia acá y hacia allá,

la ausencia de lluvia trae estos fríos, estos témpanos del alma,

dónde la tasca abatida, dónde el cine abatido, dónde el gallinero,

dónde el solar sepultado, dónde la pereza de las tardes jóvenes

sin prisas por regresar, dónde el campanario roto,

dónde las espigas del sol filtrándose por la viejas tejas de verodes y perenquenes,

dónde el musgo en las paredes, en las aceras, en el cobijo.

Un silencio extraño al entrar en casa, que nunca antes había sentido,

enciendo la luz de la vela

y por vez primera percibo el silencio. Un silencio habitado.

Abro la ventana, me siento a mirarte,

agradecido le sonrío a la quimera del horizonte,

no es nada el dolor que se adhiere al olvido

como el musgo a la roca. No es nada

24.

¿Fue la mano o fue el sueño de la mano

la que desprendida en ala desde el sueño,

ala arrancada del sueño por un ingenuo aprendiz de poeta,

se deslizó por tu monte de Venus abismo abajo,

yéndose al abismo de la brujerías proféticas,

como vuelo de algas y de lluvias amariposadas,

como ese suspiro mágico que nos nació sin saberlo,

en busca del origen crepuscular del Universo?

Fue la mano pero fue la búsqueda de la pregunta,

el detenido detenerse cuando la flor palpitaba en carne trémula,

fue la mano pero fue la búsqueda

de lo que me trajo hasta dónde, después del por qué.

Fue el estigma que iba a marcarme la ruta del destino presintiéndolo,

la sed que me prometió eternidad eterna,

un desliz del océano, un disparo de agua y fuego

que infeliz mató la infancia, destruyó el mundo

36.

Silencio descalzo

con desnudo rumor del agua

región azul

del íntimo fuego

gorriones de bosque húmedo

materia del pétalo

resbaladizas caderas

del incendio

carnalidad del verso

brisa del destierro

ansia del desvelo

dulzura de lo inexplicable

piel del sueño,

Se ha quedado huérfano el mundo

49.

Como camusiana estupidez forjándose poema,

insiste el rumor del deseo.

Sedosos acantilados oscuros que la espuma de las olas impregnan de humedad,

opiáceo olor a tierra mojada mezclado con el sabor del salitre,

como labios y manos resbalan los flujos que emanan del murmullo

y óleo dibujan en el papel la esencia que destila

77.

Nada más honesto que reconocerme deshonesto.

Guardando las distancias y el lenguaje del respeto,

deshonesto te deseo,

como la tierra seca a la lluvia, como la sombra al árbol.

Queriendo lo sepas para que me sepas en lo más débil

de alas sin vuelos, de labios sin besos.

Solo así, guardado como un cómplice secreto,

como la lujuria del acantilado con el océano,

sin los frágiles ropajes de los silencios.

Deshonesto,

deseando no cese el incesante rumor de las mareas  

  (De Lujuria, sin publicar)