“Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”
Estoica y arrebatada de dolor, Mrs. Mary Wollstonecraft apagó la luz del último suspiro que le quedaba esa noche. No podía cerrar las puertas de su corazón, pero la herida sangraba demasiado y era hora de olvidar. La pesadilla del insomnio era una constante, el sueño le arrebataba los silencios, aquellos en los que, por instantes, podría intentar cerrar las puertas; pero no había forma, éstas continuaban resistiéndose tercamente, en franco desacuerdo; fue el resultado del último vendaval de humo y sal, que oxidó sus bisagras. Mary despertó temprano, hoy era un día muy especial e importante, por fin iban a escucharla, iba a intervenir en público, podría exponer su pensamiento, su filosofía, su trayectoria vital, su forma de entender la igualdad de hombres y mujeres, ¡por algo fue considerada la primera mujer de la Ilustración en exigir esta igualdad¡, de hecho, entre otras múltiples cosas, ya históricas, se negaba rotundamente a que la mujer fuera vista como un “juguete” y “simple” educadora de hijos. El motivo rector de su vida fue la independencia económica, sin duda la llave de la libertad de la Mujer, e instaba a las mujeres, continua y diligentemente, a que lucharan por su libertad, comenzando por generar sus ingresos, ser autosuficientes; en definitiva, a ser libres; todo esto y mucho más, tratado profunda y estudiosamente, estaba expuesto y fundamentado en su Vindicación de los Derechos de las Mujeres.
(A Vindication on the Rights of Woman) Mrs. Wollstonecraft empezó a repasar mentalmente cómo sería su intervención, revisó cada punto, también los quince “mandatos” de su Vindicación de los Derechos de las Mujeres, “mandatos” esenciales para que mujeres y hombres fueran iguales, que naturalmente sí lo son, pero que esta sociedad procuró que no lo fueran; dominio patriarcal sin duda. —¡Que no me olvide de nada!, le decía su vocecita interior. Y además tenía que conservar la serenidad y el aplomo.
¡Estaba hecha un manojo de nervios!, las ideas se le venían, como una cascada, una tras otra y no lograba serenar su mente; finalmente decidió dejarse fluir, llevar, guiarse por su corazón. Mrs. Wollstonecraft no podía creerlo, estaba a punto de exponer sus ideas, su filosofía, su pensamiento, ante un excelso y nutrido grupo de personas, todas ellas muy influyentes, eruditas, innovadoras y cool, este término acuñado
en la Era Moderna y que no entendía muy bien, pero le resultaba gracioso y divertido.
Se devanaba los sesos, ¿tendría que cambiar su atuendo, o quizás no?
Porque presentarse en el Aula Magna de la Universidad, en pleno S. XXI, con pannier, corsé, enaguas, guantes, sombreros,
manguitos, zapatos de tacón y otros complementos, le daba grima, ¡con lo cómoda que se encontraba con sus jeans, cuero
negro y botines, ¡libre como el viento!
Inmediatamente una de sus amigas más íntimas, que le acompañaba en este momento, le digo que sería impactante y perfecto, realmente imponente adornarse con las vestiduras de la época, llena de glamour y de magia; sería igual que había sido su vida, la vida de una mujer visionaria, valiente, innovadora, una de las mentes más privilegiadas de la Europa del siglo XVIII,
atrevida, rompedora de moldes y normas, nada convencional, violadora de la opresión, y “de los “porque sí.
—Sí —le respondió—, definitivamente iría así ataviada, al fin y al cabo, era otoño, y además se metería de lleno en la piel que tuvo en el Siglo XVIII, y “su” público, se trasladaría a ese tiempo y espacio con más facilidad.
Se imaginó con esa composición, envuelta en telas fastuosas y sofisticadas, recreó su imagen, el escenario completo, vestiría
un jubón, pirrot en Francia, con su escote perfecto insinuador de la línea de sus pechos, redondos y firmes, como antaño, objeto de todas las miradas de la Corte.
Sedas policromas, brocados, ribetes, hilos de oro y plata entrelazados con rutilantes lentejuelas, tafetán de seda, encajes de
lino a la aguja, bellos zapatos de elevado tacón, forrados del tafetán que la adornaba. Aunque no era su forma habitual de vestir, sobre
todo, porque con la llegada de la Revolución Francesa, los excesos estéticos de la nobleza desaparecieron; aun así y aunque ella no perteneció a la nobleza, hoy, especialmente hoy, vestiría sus mejores galas, y empolvaría sus cabellos, peinados extravagantemente y adornados con plumas, piedras semipreciosas y perlas. Y remataría su atuendo con un bello abanico de nácar y láminas de plata, que había heredado de su abuela materna.
Era una oportunidad única, no albergaba duda alguna, pero al mismo tiempo todo su ser temblaba; el cuerpo de Mary Wollstonecraft ardía de fiebre,
la punzada del mundo nuevamente le impactó de lleno; y la tristeza se adueñó de su corazón, cuando comprendió que más de trescientos años después, la
evolución no había sido tal, ni en la medida que debería, a pesar de tantos avances sociales, tecnológicos y económicos.
La herida sangraba demasiado, había recibido una punzada de muerte, la punzada del mundo le dolía aún más que la propia.
Recordó rápidamente todo lo vivido:
El Reinado del Terror, la violencia sin sentido, la escasez, el pesar, la incomprensión, la rebelión, recordó a los pobres, a los oprimidos; síntesis de toda una vida.
Paris, a su llegada, en 1792, apenas un mes antes que guillotinaran a Luis XVI, el caos en la que estaba sumida la ciudad, la posición de las fuerzas radicales, el cómo el gobierno británico temeroso de un alzamiento similar al de la Revolución Francesa, dio pasos aún más drásticos que aquellos. Mrs. Wollstonecraft, con su fuerza y convicción imparable, fue inamovible en sus principios e ideales, invariable en su apoyo constante a las mujeres francesas, intuyendo lo que supondría el movimiento social de la Revolución Francesa, movimiento que, sin duda, supuso nuevos planteamientos, tanto en la acción como en el pensamiento, y por lo tanto en la sociedad.
Desestructurada sinfonía la de su vida, ni siquiera los acordes siguieron una clara secuencia, la armonía no era su fuerte.
De pronto, y de nuevo, el dolor, ese dolor intenso que le oprime hasta el fondo, cuando regresa a la infancia, al padre, la violencia, la brutalidad, el alcohol,
la ruina, el desfallecimiento, la fuerza desde el fondo en medio de tanto caos, la protección a la madre.
Los recuerdos le invaden como una cadena imparable. ¡Stop!
Rememora la escena con su hermana Everina y aquel momento en que, ¡bendita la hora!, decidió ponerse a escribir para ganar dinero; ella, Mary Wollstonecraft le dijo:
— “Voy a ser la primera de una nueva especie, tiemblo de pensar en el intento”. Y esto fue el motor, los dioses se lo recordaron, le insuflaron el vigor, la pasión y su valor de siempre, su seguridad, su imprudencia, que tan necesaria y conveniente le fue a veces, su desafío a las normas sociales, provocadora de sueños y de cambios, “veneno” para unos cuantos.
Estoica y arrebatada de dolor, Mrs. Mary Wollstonecraft apagó la luz del último suspiro que le quedaba esa noche. No podía cerrar las puertas de su corazón, pero la herida sangraba demasiado y era hora de olvidar. Esta vez el olvido fue eterno, decisivo y contundente, sin retorno; el láudano, un firme aliado, le ayudó a cerrar las puertas, y ella ya no quiso volver, se dejó llevar, fluyó en una nube cósmica, volvió a ser niña.
Ya no tuvo que lamentar que, cuando la amargura de la muerte hubiera pasado, fuera traída de vuelta a la vida y a la miseria y también cumplió con sus palabras:
— “Pero tengo la firme determinación de que esa decepción no me desconcierte; no dejaré que lo que fue uno de los actos más calmados de mi razón quede como un intento desesperado”.
… Y no lo fue…
Al fin y al cabo, en aquel momento, tenía la certeza de que despertaría en pleno siglo XXI, que volvería a la lucha, que aun habiendo transcurrido tanto tiempo, muchas cosas seguían casi igual, en realidad y fundamentalmente solo había cambiado el escenario y el attrezzo; sabía que la evolución social era “tema” de unos cuantos “locos” cuyo modelo de vida y de educación a sus
hijos aún era minoría, pero también era consciente que era un asunto de valientes, que los grandes cambios estaban adornados e impulsados por seres embargados de entrega y pasión desmedida.
Y sentía que la punzada del mundo le seguía hurgando profundamente y le provocaba seguir.
Mrs. Wollstonecraft aún tenía muchas cosas que hacer, mucho que decir, mucho que vivir, por algo fue considerada pionera del pensamiento feminista, y no pensaba defraudarse ni defraudar ni a la historia, ni a su destino.
Recordó, ¡era su memoria de muerta!, las palabras de su hija Mary Shelley refiriéndose a ella como: “Uno de esos seres que solo aparecen una vez por generación, para arrojar sobre la humanidad un rayo de luz sobrenatural.
Ella brilla, aunque parezca oscurecerse y los hombres crean que está apagada, pero se reanima de repente para brillar eternamente”.
Y sigue brillando allí donde divisamos Orión.