Turbulencias en mi mente, seísmo en mis emociones. Me siento del revés. Aturdida, conmocionada. ¿Por qué yo no había escrito esto? (Pregunta retórica trufada de admiración. Solo soy una aprendiz). Después de leer La mujer helada.
¡Eh! ¡Aquí! A este lado de la realidad, la de las mujeres. Es este borde donde estamos las mujeres, encasilladas, encaminadas. A este lado de Annie. La Annie niña y la mirada asombrada ante la fuerza de su madre. Padre y madre, cada uno en su rol. Ahí empieza todo. Luego la escuela. Los chicos. La universidad. La juventud.
Pero ¿cómo sabe Annie mi vida? Si esa vida es como la mía. Como la de tantas de nosotras. El interior. La vergüenza, la duda, la ilusión de emprender el vuelo y la decepción, el batacazo al comprobar que no es eso lo que quería. Lo que quiero es ser libre. Encontrarme en la escritura. Oír la voz de otras. Mi voz. Ese lugar impalpable y sutil que es la literatura. Un lugar en el que los escritores encontramos consuelo y diálogo permanente.
La escritora francesa Annie Ernaux (Lilebonne -1940) lo cuenta todo, desmenuza su vida en su autoficción La mujer helada (1981). No sigue las pautas de nadie. No escribe ‘dentro de los márgenes’ como diría Elena Ferrante. Aguda y sagaz su mirada. Íntima e indagadora. Su interior sin filtros, tal cual. La pena, las contradicciones, los deseos, el acomodo a la vida burguesa. La ausencia de sí misma en la maternidad y en la pareja, para convertirse en una mujer helada. Aquí la forma lo es todo.
Como ella misma afirmaba en el discurso que pronunció al recoger el Premio Nobel de Literatura 2022: “Necesitaba romper con el ‘escribir bien’, con la bella frase, esa misma que enseñaba a mis alumnos, para extirpar, exhibir y comprender el desgarro que me penetraba”.
¡Aquí! En esta margen marginada donde Annie nos cuenta la vida “hecha de futilidad y espera”. La mujer emancipada prisionera en el doble trabajo, la mujer libre atrapada en la vida diseñada por otros. La mujer enredada en paradojas y la humillante censura de ellos.
Y este párrafo revelador casi al final de la obra: “Acabaron sin que me diera cuenta, los años de aprendizaje. Después se convierte en una costumbre. Una suma de ruidillos en el interior, molinillo de café, cazuelas, profe discreta, mujer de ejecutivo vestida de Cacharel o de Rodier en el exterior. Una mujer helada.”