En silencio y como si apagaras las luces de la calle,
madrugas y sales con presteza al trabajo sin mirar atrás,
con prisas y acallando todas las voces y miradas,
cada día la primera en llegar al puesto laboral.
Luchas como una jabata para atravesar ese muro frío,
con las manos gastadas de dar brillo a la madera,
y los ojos caídos por el sueño en las noches de insomnio,
tras jornadas interminables de dar sonrisas, caricias y paz.
Llueve en tu alma, pero dejas las ropa seca y planchada,
y todos los quehaceres al punto antes de partir,
para que todo se mueva como si no marcharas del hogar,
tal si fueras una de tantas otras que luchan a la par.
Tu entereza y apresto constante te causa sinsabores,
tal si tuvieras que demostrar ser la mejor otra vez,
y lloras en el silencio de tus palabras mudas,
como si el desahogo abriera el pecho para gritar y respirar.
Cuentas el tiempo como si se pudiera contar,
abres todas las puertas para que nada quede cegado,
te cohíbes para que cesen los llantos y suenen las risas,
y consigues propagar la luz, la concordia y tranquilidad.
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