En una de las salas del museo Tate Modern, casi vacío esta mañana de enero londinense, alguien permanece de piedra delante de una de las fotografías de la muestra. En ella se ve a una atractiva pareja, enmarcada entre un estudiado atrezo y el constreñido título de High Society, 1971.
Queda absorto en la contemplación porque la imagen se le figura un fiel retrato de su propia estampa. Cree ver en el adinerado caballero de la foto, la arrogancia mal disimulada que lo caracteriza. En la dama que, a su lado, inclina la mirada, la hosca formalidad con la que él aborda cometidos. Incluso el decorado le devuelve algo de sí mismo: esa inexpresiva solemnidad con la que suele examinar la vida de los otros.
¿Y la solitaria flor colocada sobre la mesa auxiliar donde el caballero apoya su desgana? La flor es otra cosa. Esa rosa alejada de su origen, abandonada a su suerte en un caro jarrón de cristal de Murano, estrecho como una cárcel, remata a la perfección la obra, tal como fue concebida.
El creador del artilugio conceptual de una estatua que se observa en una fotografía, asiente desde el fondo de la sala, complacido por la mejor de las perspectivas: su propia obra que lo mira
Microrrelato perteneciente a Tentativas (Cursiva Books, 2022)