Por robarme la palabra salto en el tiempo sacudiendo fanatismos. Casi quedo atrapada.
Atrás quedan carretas tiradas por caballos que, del hambre que tienen, andan por no aguantar latigazos. Un día ni los latigazos los harán caminar.
Trato de abrirme camino sin persecuciones.
Ahora me hinca el subdesarrollo: el pink, el puk.
En el tranvía me pilla un inspector. Sobre mi cabeza una multa. Evito que haga nido: me lío dando explicaciones. Saco el pasaporte, al fin logro persuadirlo. ¡No! Logro atormentarlo que no es lo mismo; pero es igual, porque desiste.
Entro en un supermercado atrapada por desconcierto y se me nubla la vista, no por la abundancia sino por el recuerdo de alguien que quedó en soledad.
Ya no tengo roces de arenas blancas, pero Yemanyá me oye igual porque ahí está el mar.
Ahora estoy rodeada de riscos, calima, gente buena que habla como yo y libre de acosos. Vivo retazos de realidades, no absurdos caprichosos ni ideologías impuestas.
A pesar de todo, sé que sin juzgar destinos, la muralla de la muerte se levanta impasible al final de todo. Nadie la ha derrumbado. Tampoco podré yo. Mientras tanto, me siento libre ¡canto a la vida!.