Suceden los rostros encerados,
suceden los labios y su cianosis,
sucede la palabra amarilla,
sucede el verbo inimaginable,
sucede el invierno y su inclemencia,
y sucedes tú;
sucedes constantemente y no desapareces,
y pensando que sucedería,
que te olvidaría,
finalmente, no sucedió.
Mas sucede el no poder respirar,
sucede una canción y sucedes tú,
sucede un verso y sucedes tú,
sucede siempre una lágrima
en espera detrás del lagrimal,
sucedes tú y tu mirada enredada
entre mis tripas irracionales y revolucionarias.
Y sucedió lo inevitable,
pues sabiendo que podría suceder,
entre tú y yo,
sucedió.