Desde el balcón, noto cómo la calima se va apoderando de todo el paisaje, no veo la isla de Gran Canaria, ni la Basílica de Candelaria; tampoco veo el parque rural de Anaga. Parece que estoy entrando en un mundo de bruma, niebla y calima, sin futuro más allá. El sordo sonido que oigo a lo lejos se asemeja al de las cadenas de un fantasma llamado miedo: guerras, genocidios, Trump, Musk, Putin, Netanyahu, pandemias, desastres climáticos, …
El pesimismo se está instaurando en la sociedad, se ha globalizado hasta el extremo de poder verse, oírse y leerse como tema principal de tertulias, novelas, películas y series. Da la sensación de que una parte importante de la sociedad occidental ya no se dedica a vivir, sino a sobrevivir. Hace falta un motivo de esperanza para poder revertir esta situación y empezar a vivir de nuevo sin temor al mañana.
Esta sociedad occidental, hasta hace bien poco, todopoderosa, se encuentra temerosa de su futuro, se ha vuelto depresiva y negativa. Necesita vivir medicalizada, empastillada, para poder levantarse cada mañana a trabajar. Aquella sociedad bulliciosa y rebelde de los años 70 está anestesiada por el populismo de youtubers e influencers alimentados por el fascismo de la ultraderecha, que rechaza toda empatía. Urge un revulsivo para hacer frente a este miedo, a este ataque a la democracia.
La muerte de la empatía humana es uno de los primeros y más reveladores signos de una cultura a punto de caer en la barbarie. —Hannah Arendt
La red social X (antes Twitter) es un ejemplo de cómo el odio y el linchamiento digital masivo, por parte de cuentas falsas de la ultraderecha, destrozan la reputación e imagen de personas por el solo hecho de pensar diferente. Sus voceros consiguen que dé miedo pensar so pena de ser el siguiente elegido. Por ello, el conformismo se abre paso. Hay un miedo latente cuyo resultado es la uniformidad de pensamiento. En el mundo virtual, solo se oye al que más grita y se silencia al divergente, ya sea mediante algoritmos, bulos o noticias falsas. Por otro lado, en el mundo tangible, la represión pasa por la cárcel, la desaparición, la tortura o el asesinato.
Primero vinieron por los socialistas, y guardé silencio porque no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío.
Luego vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre. —Martin Niemöller, 1950.
El miedo nos insensibiliza, nos vuelve pasivos y nos roba el mañana. La angustia es estrecha y nos impide avanzar, solo nos permite acatar sin rechistar. Tanto uno como la otra son los argumentos de las religiones para mantener al pueblo con una falsa esperanza: sufre aquí en la tierra para ganar el premio en el más allá. Sin embargo, tampoco hemos de caer en el error de confundir ‘esperanza’ con ‘optimismo’. Mientras que la primera empodera para buscar y luchar por un cambio con entusiasmo; lo segundo es una actitud pasiva, se tiene o no se tiene, sin esfuerzo, sin riesgo. La esperanza, en cambio, no da la espalda a los malos momentos, sabe cómo convivir con ellos y consigue que formen parte de la vida. La esperanza nos da el valor necesario para avanzar hacia esa utopía que nos deja vivir y seguir caminando.
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar. —Eduardo Galeano
Tal como dice el filósofo coreano Byung-Chul San en su ensayo El espíritu de la esperanza, ¨el régimen neoliberal es un régimen del miedo. Hace que las personas se aíslen, al convertirlas en empresarias de sí mismas.¨ Trabajar, trabajar y trabajar sin cadenas visibles, pero con móviles de última generación para atarnos aún más, para consumir y generar una mayor dependencia del trabajo. De esta manera, sobrevivimos aislados y temerosos ante la pérdida de aquello que nos permite pagar, a duras penas, lo que queremos consumir. Nos han convertido en adictos al trabajo para malvivir sometidos y con miedo.
Es curioso comprobar que el origen de esta depresión colectiva no es otro que la invasión de las redes sociales, ejemplo de lo antisocial. Hechas para aislarnos en nuestros falsos mundos del ‘me gusta’, pero que nos hacen incapaces de trasladar nuestras opiniones digitales a hechos prácticos y tangibles. Mucha interconexión para poca comunicación. No nos tocamos y esa falta de contacto genera angustia, soledad y aislamiento: un camino sin esperanza. De ahí la necesidad urgente de enseñar a no tener miedo, a poner los medios para crear una atmósfera de esperanza y así, poder recuperarla de nuevo. Hemos de aprender a pasar del YO+YO+YO de las redes sociales al NOSOTROS+NOSOTRAS; de canalizar el sobrevivir diario para conseguir vivir. No es una cuestión de ideologías, de derechas o de izquierdas. Mientras no consigamos insuflar esperanza a la sociedad, no será posible la revolución que nos permita VIVIR.
*Si te gustó, puedes leer mi artículo anterior: Un encuentro inesperado