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Gloria López

Uno de mis grandes descubrimientos fue el día que encontré sobre la mesa de centro del comedor   aquel lápiz, de madera amarilla, con una punta afilada de color negro y una goma de borrar en la parte superior.

Había visto cómo mis padres lo usaban para garabatear sobre algo que ellos llamaban papel, y así, ni corta ni perezosa, con mis escasos dos años, rebusqué y sobre unas hojas de periódico que encontré y comencé a repetir lo que ellos hacían. Y, sorpresa, mis trazos cobraron vida.

No se puede olvidar lo que descubres por primera vez, a pesar de que fuera una niña muy pequeña, sobre todo cuando ese descubrimiento cambia tu percepción de las cosas. Y allí, comenzó nuestra pequeña aventura juntos, a la que le cogí el tranquilo y, poco a poco, gracias a los consejos de mis padres, mis pequeños dibujos fueron cogiendo forma.

Algo como un perro, un gato, una paloma, una pelota, una casa, fueron creados con tanta imaginación que al final nadie sabía lo que la niña estaba dibujando, pero yo era feliz garabateando entre hojas de papel blanco que mi madre me traía de la oficina.

Para mi sorpresa, y semanas después, llegó a mis manos, una goma y un afilador, junto con una caja de lápices de colores, y eso ya fue lo máximo para aquella cría que ahora tenía en sus manos, la posibilidad de crear un mundo imaginario de formas y colores infinito.

Lo malo de todo esto fue cuando del papel pasé a las paredes, y eso no estaba bien, como comprendí cuando mi madre enfadada, pero muy enfadada, tuvo que limpiar con un paño todas mis obras de arte esparcidas por el largo pasillo de casa.

Nunca más usé como lienzo las paredes, me lo habían dejado muy claro, pero seguí enfrascada en dibujar sobre las blancas e impolutas hojas que me iban dando poco a poco.

Los años pasaron y el lápiz continuó a mi lado, en el colegio, en el instituto, para después llegar a otras pequeñas manos, que como yo, lo descubrieron por primera vez y tal y como le pasó a su madre, mi hija comenzó a dar trazos torpes, cobrando vida frente a sus ojos.

Y con él, no solo aprendió a dibujar, sino a contar historias y compartir emociones.  Aprendió que cada línea tenía un significado y que podía usar su imaginación para transformar lo cotidiano en algo extraordinario.

Con el paso de los años, reviso de vez en cuando una pequeña carpeta que guardo a buen recaudo, la cual contiene aquellos papeles, ya amarillos por el paso del tiempo,  llenos de garabatos y dibujos de una madre y una hija.

 Ahora comprendo que con el tiempo todo cobra sentido, y en mis pergaminos no solo hay dibujos, también hay pequeños textos, frases e incluso algún pequeño poema, adivinando que esos fueron mis primeros encuentros con las letras,  las cuales llegué a descubrir precisamente con aquel lápiz amarillo.

Por eso, porque sigue entre nosotros como herramienta diaria desde la niñez hasta la época adulta, he querido indagar cuál es su procedencia y quién tuvo la genial idea de crearlo.

El lápiz, tal como lo conocemos hoy, tiene sus orígenes en el siglo XVI, y antes de su invención se utilizaban herramientas como cañas, plumas y trozos de carbón para escribir. Los romanos y griegos usaban un estilete para grabar en cera.

Es en el año 1564, cuando se descubrió un gran depósito de grafito en Borrowdale, Inglaterra. Este material era ideal para escribir porque dejaba una marca oscura sobre el papel. Inicialmente, el grafito se utilizaba en su forma pura, pero era frágil y difícil de manejar.

Para hacer el grafito más manejable, se comenzó a mezclar con arcilla y otros materiales. En 1795, Nicolas-Jacques Conté patentó un proceso que permitía crear minas de lápiz al mezclar grafito con arcilla en diferentes proporciones, lo que permitía controlar la dureza de la mina. Este sistema fue patentado en 1802 por el fabricante austriaco Josef Hardtmuth. Desde entonces, la mina ha podido clasificarse según su dureza, estableciéndose una escala que hoy conocemos: desde 9B, el lápiz más blando, cuyo trazo es de un color negro intenso, hasta 9H, el más duro, que permite dibujar líneas de un color gris claro. 

En cuanto a los primeros lápices de colores, aparecieron en el siglo XIX y se utilizaban para controlar y marcar documentos. En 1834, Staedtler, una empresa alemana propiedad de Johann Sebastian Staedtler, inventó el lápiz pastel al óleo de colores. Pero hay constancia de que ya se usaban con frecuencia en la Francia del siglo XVI para la realización de retratos.

Llegados a este siglo XXI su diseño ha evolucionado, pero su esencia sigue siendo la misma: una herramienta simple, pero efectiva para plasmar pensamientos e ideas en un papel.

Para terminar les quiero despejar algunas dudas, si les han surgido al leer este artículo.

Su nombre proviene del término latín LAPIS que significa piedra, lógico al considerar que inicialmente estaban hechos con grafito.

Si bien su esqueleto es negro, su cuerpo es de cedro u otras maderas blandas. La madera se corta en paneles finos y se moldea en forma cilíndrica y se pinta con una capa delgada de laca para proteger la madera y proporcionar una superficie suave y cómoda al escribir. Los lápices a menudo tienen una virola metálica, una tapa que sujeta la goma de borrar en su lugar. La virola está compuesta por un metal ligero y plateado llamado aluminio.

Actualmente, los principales productores de lápices  son China, Estados Unidos y Brasil, con cada país albergando fábricas especializadas llenas de maquinaria avanzada y trabajadores cualificados.

Esta colaboración mundial permite una asombrosa producción anual de aproximadamente catorce mil millones de lápices, enfatizando la escala y eficiencia de la producción de este artículo cotidiano.

Cabe destacar que durante casi cuatro décadas, el especialista en instrumentos de escritura Faber-Castell ha estado operando sus propias plantaciones de árboles para la producción de lápices en el sudeste de Brasil, en el Estado federal de Minas Gerais. Estos bosques están certificados por el FSC, por lo que se gestionan de forma ecológica y socialmente compatible, a la vez que albergan un hábitat de flora y fauna nativa.

Un dato anecdótico es que el color exterior de los lápices varía según el país de producción, así los producidos en Estados Unidos son de color amarillo, color que se exportó a muchos países de Europa, excepto Alemania donde la mayoría son de color verde, mientras que los lápices de colores generalmente están pintados exteriormente del mismo color que la mina.

También están catalogados según su uso, así tenemos el de carpintería, de forma ovalada les evita rodar y su mina es muy fuerte, también está el denominado de copiado, que son lápices de grafito con un tinte agregado que crea una marca indeleble, incluso los llamados  no reproducibles, lápices azules non-photo que hacen marcas que no son reproducidas por las fotocopiadoras o por las copiadoras.

Bueno, si sigo, podría estar comentando datos y datos por un periodo largo y tendido sobre esta herramienta tan importante para la humanidad,  por lo que concluyo con esta pregunta:

¿A qué ahora, cuando cojan un lápiz entre sus manos, ya no lo verán de la misma forma? Eso es lo que tiene leer.

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