Ana Hardisson
Ana Hardisson

NUEVA SECCIÓN

Quiero empezar haciendo un poco de memoria. Nos situamos en los años 70 en los que el feminismo comenzó a realizar un análisis de las características  de la construcción patriarcal y sociocultural del “género” y de sus funestas consecuencias para la liberación de las mujeres.

Interesa recordar que Simone de Beauvoir, en la introducción a la 2ª parte del Segundo sexo, nos dice: “cuando utilizo las palabras mujer o femenino no me refiero a ningún arquetipo, a ninguna esencia inmutable”. En este análisis quiero partir de la afirmación de Simone de Beauvoir de que “no se nace mujer, sino que se llega a serlo”. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la imagen que reviste en el seno de la sociedad a la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado que se suele calificar de femenino. Por tanto, ser mujer (u hombre) no supone tener una esencia determinad, sino que se trata de un producto, una construcción sociocultural tanto del género masculino como del género femenino Por eso Beauvoir habla de segundo sexo, (y no de segundo género) refiriéndose a la mujer y del primer sexo refiriéndose al hombre, que en la sociedad patriarcal es el sexo dominante. Así, pues, el género de las mujeres y de los hombres son construidos a través de la educación y de todos los medios e instrumentos patriarcales que contribuyen a ello, como la religión, la mitología, la educación, la cultura, la política, las leyes, etc. Es decir, toda la formación de los géneros de las personas está teñida por los elementos de esa construcción. Esta se inicia en la familia, desde el nacimiento, y continúa con la educación, las lecturas, el cine, el teatro, las amistades, la publicidad, las canciones, la televisión, con todas sus ofertas, y la publicidad.

En esa formación de los géneros se transmiten los atributos, cualidades, estereotipos, expectativas, mandatos, virtudes y mitos que constituyen lo que se ha considerado como esencia de los géneros masculino y femenino. Recordando brevemente: los elementos para el género femenino son la pasividad, la fragilidad, la belleza, la sumisión, la docilidad, la predisposición natural para el cuidado, la compasión, la comprensión, la intuición, la emocionalidad, etc. Y para el género masculino son la acción, la fuerza, la dominación, la racionalidad y la predisposición para la vida social y pública.

Dados esos atributos, se deduce que lo propio de las mujeres, su esencia, es el amor y el cuidado del marido, o compañero, de los hijos e hijas, de los familiares enfermos y de las personas mayores. Mientras, los atributos masculinos nos informan de que lo propio por naturaleza de los hombres es tomar decisiones, mandar, mantener y proteger a la familia. Resumiendo y volviendo al género femenino construido por el patriarcado: las mujeres por naturaleza tienden al amor y al servicio.

Por tanto, su lugar natural es el matrimonio y el servicio doméstico.  También se deduce que por naturaleza tienden a agradar y por eso quieren estar guapas, atractivas y seductoras para los hombres. De esta segunda atribución se derivan los hábitos de cuidar el aspecto del cuerpo y la cara para que respondan a los cánones de belleza que el patriarcado ha elaborado a través de las modas. Es decir, que las mujeres desean tener un cuerpo normativo, cuyas normas han sido elaboradas de forma heterónoma por el patriarcado y que consiste en tener unos pechos duros, una cintura estrecha, unas caderas moldeadas, unas piernas largas, etc. Y para ello existe toda una voluminosa industria de cosmética, de cirugía, de vestuario, etc.

Todas estas atribuciones del género femenino crean dependencia,  subordinación y opresión en las mujeres, que son divididas en dos categorías: esposa y madre o seductora-seducida. En ambos casos se produce un dominio sobre las mujeres.

Esa situación de subordinación y opresión de las mujeres fue denunciada por el feminismo, que desde los años 70 se ha esforzado en demostrar que la femineidad no es un género esencial, sino una construcción sociohistórica y patriarcal. No existe la mujer por naturaleza. No hay nada que sea “esencia de mujer” que no responda a una manipulación intencionada del patriarcado.

Precisamente porque es una construcción, se puede transformar y esa ha sido la tarea del feminismo: cambiar las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales que defendían la esencialización del género. Para que las mujeres pudieran adquirir la categoría de personas, de sujetos, con los mismos atributos que los hombres, de seres humanos iguales a todos los seres humanos. Para dejar de ser idénticas y empezar a ser sujetos individuales.

Y afortunadamente se ha ido avanzando en la incorporación de las mujeres a tareas, actividades y responsabilidades que se consideraban impropias de su sexo por la ideología patriarcal, hasta hace no mucho tiempo.

La defensa de la igualdad de derechos basada en la igualdad de la naturaleza humana ha conseguido muchos avances, sobre todo en la esfera de lo público: El acceso al trabajo remunerado, a la investigación, a puestos de responsabilidad, a cargos políticos, etc. Aunque todavía no es igualitario, no se puede negar que ha habido avances.

Sin embargo, todavía queda un reducto importante en que la desigualdad y la discriminación campan por su respeto. Me refiero al tema del amor romántico y al doméstico, indisolublemente ligados. Al tema de los cuidados.  En la mayor parte de los casos las mujeres siguen siendo las responsables de los cuidados y de las tareas de servicio. Incluso aunque ellos participen de las tareas, casi nunca se sienten responsables de ellas. En ese terreno la coartada del amor y de la “naturaleza femenina” sigue teniendo a la mayor parte de las mujeres sujetas a la situación de desigualdad.

La escritora Susan Faludi nos alerta de una primera reacción del patriarcado respecto a los logros conseguido por las mujeres en su incorporación a la vida social pública . Analiza cómo a finales de los años 80 se produjo en EEUU una brutal reacción frente a la igualdad de derechos. En aquel caso muchos políticos de derechas y periodistas afirmaron que las mujeres que triunfaban en la vida pública, trabajo, política, cultura, etc. eran infelices, se sentían estresadas, amargadas y angustiadas porque no podían dedicarse de lleno a la vida familiar, que es lo que su naturaleza les pedía. Y se culpaba al feminismo por esa infelicidad. Y se produjo una nueva mitificación de la vida familiar y de la femineidad. Al mismo tiempo que se insistía, de nuevo, en las diferencias entre lo masculino y la virilidad y lo femenino y la femineidad. En este caso, por desgracia, Betty Friedan, que había denunciado la mística de femineidad en los años 60, ahora se desdecía y afirmaba que la vida de familia es lo que hace verdaderamente felices a las mujeres. Sin haber conseguido aún la igualdad en la realidad social y emocional, se intenta lanzar un misil a la línea de flotación del feminismo al que se culpa de la situación de infelicidad de las mujeres “liberadas” e independientes.

Afortunadamente esa reacción no impidió que las mujeres siguieran su lucha por la igualdad y la emancipación. Y que el feminismo siguiera adelante.

En la actualidad asistimos a un movimiento que parece esencializar otra vez el género.  Parece que hay algo que es ser “mujer” y “hombre” por naturaleza, refiriéndose a algo que va más allá del sexo. Así que se vuelve a mitificar el género femenino y masculino como una categoría esencial. Volvemos a la posibilidad de que exista la “mujer, mujer” de la que hablaba Aznar. Y el hombre bien “macho” como el que representaba John Wayne. Se insiste, de nuevo, como expresivo del género femenino aquellos instrumentos que crearon el estereotipo femenino: los tacones, las cremas, los tintes, el maquillaje, la moda, como definitorios de lo que es “ser mujer” Y aparecen niñas, jóvenes y mujeres que dicen “sentirse hombres”, y también niños, jóvenes y hombres que dicen “sentirse mujer”. Y yo me pregunto: ¿qué quieren  decir cuando dicen que se sienten “mujer” o que se sienten “hombre”? ¿Qué atributos aducen para reclamar ese reconocimiento?  ¿Será tal vez recuperar los atributos, estereotipos y mitos que definían la esencia de ser mujer y del hombre? Y por consiguiente: poner el acento en los adornos que la naturaleza femenina exigía, a saber, un cuerpo 10, un cabello brillante y sedoso, una cara sin arrugas y con las características que el canon de belleza exige. O usar tacones, usar cremas varias, usar tinte, maquillaje, joyas, etc. O, ¿tal vez se refiera al carácter femenino con su actitud pasiva, complaciente, compasiva y comprensiva, cuidadora por naturaleza y hacendosa a la par que sumisa? Y del mismo modo se refiere a la esencia masculina como un sujeto con poder, capacidad de dominación, de elección, de acción en el que no importan los atributos corporales porque su atractivo no está en el cuerpo sino en su capacidad para mandar, decidir, proteger, etc. ¿Qué es por tanto, esa esencia misteriosa que constituye a la mujer y al hombre sin acudir al sexo? ¿Cómo es posible que el sexo no sea lo que diferencia a un hombre y a una mujer? Me pegunto si estamos asistiendo a una segunda reacción del patriarcado con aspecto progresista y estética aparentemente rupturista.

 La única diferencia que yo reconozco entre un hombre y una mujer es el sexo: la mujer tiene ovarios, útero y vagina y el hombre tiene pene, escroto y testículos. Y por tanto, la mujer puede dar a luz y el hombre puede participar en la fecundación.  Y aquí terminan las características diferenciales entre el sexo masculino y femenino. Si la sociedad fuera igualitaria con ambos genitales se podrían hacer las mismas cosas, producir las mismas ideas, investigar de igual forma, crear arte, literatura, etc. Tener los mismos deseos sexuales, los mismos sentimientos, etc. Y la única diferencia es que las mujeres tiene menstruación en la etapa fértil y pueden parir, pero eso tampoco lo puede hacer un hombre aunque se sienta mujer.

Todas las demás diferencias son atribuciones asignadas por el patriarcado y el movimiento feminista se ha empleado a fondo en desmontarlas. Por eso me alarma que se pueda volver a las esencias masculinas y femeninas y a restablecer las “diferencias” .

Reconozco que este tema me sumerge en un mar de dudas y sospechas.

En definitiva, ¿debemos aceptar que el género es una esencia?, ¿debemos negar que se trate de una construcción sociocultural patriarcal responsable de la opresión de las mujeres?

Espero que ustedes me alumbren y me ayuden a entender….