La intensa sobrecarga informativa a la que estamos expuestos no descansa en estas fechas navideñas. ¿A quién no le gustaría que dejasen de ocurrir cosas terribles en el mundo, aunque solo fuera por unos días? Por desgracia, esto es imposible y el flujo de malas noticias no cesa, con independencia de la época del año en la que estemos. Esto tiene, sin duda, muchos efectos adversos y de entre todas sus consecuencias dañinas quiero destacar dos que parecen contrarias, pero que llegan a coincidir en su perversidad. Por un lado, la enorme cantidad de imágenes explícitas de víctimas de guerras y otros desastres naturales y humanos suele derivar en un rechazo por parte de muchas personas que deciden no ver ni escuchar los informativos. Se construyen una coraza que les distancia de lo que pasa en el mundo, y este distanciamiento puede acabar en desinterés o incluso en indiferencia.
Por otra parte, ante la avalancha de estímulos sangrientos y sangrantes provenientes de los medios de comunicación, se puede desarrollar un alto grado de insensibilidad al dolor ajeno. Estamos tan acostumbrados a las noticias sobre asesinatos, muertes, dolor o miseria que ya no nos conmueven ni nos sobrecogen.
Vemos entonces que, tanto si se decide evitar como si la exposición es abusiva, el resultado es el mismo. Ante este panorama, la poesía puede ser una herramienta eficaz para aumentar la empatía por el que sufre. Que se llame poesía social, poesía del compromiso o de cualquier otra manera es lo de menos. No nos interesa la etiqueta, sino el contenido, y el de algunas composiciones poéticas es realmente estremecedor.
A modo de ejemplo, les quiero proponer la lectura de dos poemas de dos grandes poetas españolas actuales que, sin recrearse en imágenes escabrosas ni emplear un estilo panfletario, nos hacen reflexionar y nos incitan, como mínimo, a concienciarnos de las vergüenzas de nuestra sociedad.
El primer poema es de la andaluza Ángeles Mora (Granada, 1952), de su libro “Soñar con bicicletas” (Tusquets Editores, 2022).
IMÁGENES PARA UNA EXPOSICIÓN
Llegan desde los siglos,
de los oscuros barros de la selva,
desde la esclavitud,
la explotación,
el exterminio.
De las rotas miradas de las mujeres rotas,
del hambre,
de las rugosas manos,
de los rostros curtidos del desierto,
misterios de la luz y las arenas.
Llegan desde los cielos infinitos
de todos los azules y todas las estrellas,
de las entrañas minerales
de la tierra, el espanto,
la muerte lenta,
las matanzas,
la guerra,
las fronteras.
Como fantasmas
los muestra el telediario
entre maderas, bultos, ropas,
dejando en nuestros ojos
jirones de fatiga,
oleadas de sal seca.
En la sala de estar todos los días
colgamos las imágenes
de la vergüenza.
Si analizamos el poema, comprobamos que está escrito en verso de métrica impar (versos de 2,3,4,5,7 y 9 sílabas acompañados de alejandrinos y endecasílabos con acento en 6ª y 10ª sílabas), lo que le da un ritmo muy armónico. Además, encadena una sucesión de imágenes poéticas excelentes que dejan entrever el compromiso de la autora con la defensa de los derechos humanos. Sin nombrarla, es patente la crítica a la indiferencia de nuestra sociedad ante lo que vemos diariamente a través de la televisión y que termina siendo como un elemento decorativo más en nuestras casas.
La segunda lectura que les propongo corresponde al último párrafo de uno de los 8 extensos poemas en prosa que componen el libro “Mediterráneo de los muertos” (editorial Pre-textos 2023), ganador del VI premio internacional de poesía Margarita Hierro, escrito por María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967).
Arden el mar y los campos de Moria. Arden los alfabetos de la infamia, las oraciones rotas de los dignos. En la noche en la que arde el sol de Europa, noventa y nueve estrellas de mar duermen sobre la playa en una funda. No sabes si lo que ilumina el cielo es tu propio alarido o la escarnecida respiración del agua que habría querido acunar esos cuerpos. Noventa y nueve estrellas en un cielo mudo. Cuando cierras los ojos y te entregas, cuando la arena anida en la laringe, cuentas noventa y nueve estrellas en un cielo mudo. No hay red ni artesonado ni cadencia, sólo el agua que besa cada nombre.
Si ellos no respiran, ¿habrás de hacerlo tú?
El poema está inspirado en los trágicos hechos que acompañaron al incendio del campamento de refugiados de Moira (isla de Lesbos) de 2020, en medio de la pandemia de COVID-19. La poeta emplea una serie de elementos como repeticiones, metáforas e imágenes que juegan con los conceptos de aire, fuego y agua, que logran hacernos partícipes del sufrimiento de las víctimas. Lo que escribe no es prosa poética, es poesía porque lo más importante no es lo que se cuenta; lo relevante es reflejar un sentimiento. Lo único que diferencia este párrafo de la poesía convencional es la disposición del texto en la página.
Los dos poemas están escritos en un lenguaje sencillo y no contienen estridencias formales que distraigan del mensaje que se quiere transmitir. Además, las dos poetas coinciden en interpelar directamente al lector al final del texto, una evidenciando lo que ocurre en la mayoría de los hogares y la otra turbando nuestras conciencias con una pregunta desgarradora.
También en Navidad, la poesía debe cumplir su función de incomodarnos.