Catalina se apellidaba Delgado, un apellido que había dejado de rendir homenaje a su otrora hermosa figura. Porque Catina, que así se la conocía familiarmente, ya no era delgada sino flaca. Y esto se debía a que se había olvidado de sí misma para entregarse a las causas perdidas. Algunas tardaron demasiado en perderse, de ahí su deterioro, que la tenía bien agarrada, tanto a lo largo como a lo ancho.