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Lange Aguiar

Siento a mi madre llorar de alegría 

y a la partera gritar de emoción. 

Me asusto, 

lloro de dolor

al sentir la caliente palma de la mano 

de doña Carmen, la partera, 

en mi tierna nalga. 

El certero golpe 

Apagó ante mis ojos 

la luz...

que me acompañaba hasta ese momento 

y la sentía mía. 

Borró 

de mi mente 

todo mensaje escrito en mi memoria. 

Voló 

de mi lado mi propia historia, 

todas mis historias,

y, justo en ese momento, 

decidí

volver a comenzar mi nueva novela. 

Esa que se escribe

con la sangre de la vida. 

La que se graba 

con las huellas del camino.

La que se expresa

en la materia existencial 

de la evolución humana.

La que se publica 

en el diario del honor, del temor o del amor. 

Poco a poco

fui descubriendo

que el paso del tiempo no era un reloj 

sino la brújula que marcaba mi rumbo

o mi camino. 

La escuela 

que enseñaba mi conciencia.

La confirmación 

de que mi cuerpo funcionaba

con la biología de este planeta...

Lo que descubrí no fue gran cosa

pero fue lo que me impulsó a seguir adelante. 

A dar rienda suelta a mi Alma, 

a mi espíritu, a mi mente y a mi Esencia.

Me acerqué a mirar el mar 

y me ofreció su fuerza. 

Me senté a contemplar el Sol, 

en el amanecer y atardecer de cada día, 

y me regaló su belleza. 

Me paré a escuchar el viento 

y me brindó sus secretos y sentí su esencia.

Caminé por la montaña 

sentí su piel y experimenté su soledad y su oración perpetua. 

Me sumergí en el bosque 

y viví con ellos 

su sentimiento de hermanos

porque no sólo eran árboles

sino bosque, monte o sierra. 

Hice fuego

y experimenté su calor 

descubriendo la energía

que encerraba la madera. 

Me sumergí en el agua, 

asimilé su suavidad y flexibilidad 

para acoger, abrazar, limpiar... 

mi cuerpo y mis penas.

Cabalgué por las estrellas;

sus sonrisas cautivaron mis noches.

Ellas encendieron

mis lados oscuros

iluminando 

mis deseadas tinieblas.

Me inundó la luz

y me sobrevino un sentimiento de amor infinito,

que gritaba en mi interior 

queriendo salir fuera.

Reconocí 

el rostro del Padre

cuando alegre contemplaba 

mi imagen en el agua 

de un limpio y hermoso estanque.

Tú, Agua Cristalina, fuiste 

el espejo líquido

que reflejó mi esencia,

Le devolvió su belleza 

¡¡Era con el Padre la encarnación definitiva!! 

y comencé a entender, 

a ser sabio, 

a ser duende de la tierra y eso alegró mi vida… 

Mis pasos caminan ahora seguros 

por la senda del amor

sintiéndome acompañado,

siempre acompañado, 

porque nunca estuve solo.

Soy baile, soy canción,

música y danza. 

Soy pareja de baile 

de reinas, doncellas, duendes y hadas. 

Soy agua del río 

que Refleja la sonrisa de las estrellas. 

Soy pájaro que bebe su agua. 

Soy tiempo, soy viento. 

Soy estrella en cada atardecer 

Y sueño en cada amanecer.

No estoy solo, no, vivo rodeado de hermanos 

en medio de un bosque encantado.

Duendes son de un mundo mágico; 

de una tierra nueva; 

de una estrella viajera

en un cosmos poblado de muchas, 

millones, 

de otras mágicas y viajeras estrellas

y con ellas formo el universo con el que nazco en este planeta

(Del poemario “Ser de Luz, Hijo dela Tierra”)