Si hablamos de las celebraciones con carácter, la Navidad o Natividad es una de ellas, pero… ¿El valor que conlleva esta fiesta es el que realmente practicamos?
Con ella recordamos cada 24 de diciembre, desde hace miles de años, el nacimiento de Jesús, un niño poderoso y de humilde nacimiento, un personaje polémico y relevante en la historia contada en diferentes versiones, que cada uno a su manera la cita como verdadera y real. El factor común, “Salvar al mundo”, aunque tuviera una muerte totalmente cruel y violenta, elegida por su Padre Celestial, en circunstancias rodeadas de odios, envidias, desidias y traiciones, precisamente por parte de sus acólitos y seguidores. ¿Qué extraño, no?
Primero, fue engendrado por una paloma que vino en nombre del Espíritu Santo, en el vientre de una mujer “virgen”, de nombre María, que hizo dudar a su esposo terrenal, porque no hubo relaciones íntimas.
Según fue creciendo, este niño fue demostrando su superioridad ante los mandatarios de, se supone, sus mayores más sabios, los que se reunían para imponer las leyes. Cuando tan solo era un adolescente, los dejaba boquiabiertos por las reflexiones lógicas, aplastantes, y trascendentales impropias de un niño de tan corta edad y en vez de aprovecharlo y beber de su sapiencia joven y sabiduría inexplicable, aun cuando no se justificaba tanta inteligencia, optaron por entregarlo y que el de turno, romano de nacimiento, lo condenara a la más horrible de las muertes. ¡Qué hipocresía! Hoy seguimos igual. No sirvió para nada la muerte de este Ser Supremo.
Según cuentan, él no se reveló, podría haberse salvado porque tenía poder para hacerlo, prefirió morir para dar ejemplo al mundo. ¿Qué tenía que demostrar con su muerte? Aquí no acaba la historia, al tercer día Resucitó y Subió a los Cielos a reunirse con su Padre, dejando a todos “buenos y malos” con la incógnita de que pasaría. En la actualidad y después de habernos contado esta historia, cuento, narración por los siglos de los siglos, ya vemos que es lo que pasó. Saquen sus propias conclusiones. ¿A quién salvó, a quién redimió? En fin, la fe mueve montañas, pero las guerras, los fenómenos naturales sin explicación, las enfermedades cada vez más raras, la sed de matar y de poder territorial inducida sobre todo por las religiones, de masacrar niños y niñas, violentar a mujeres hasta el extremo de terminar con sus vidas… ¿Qué explicación tiene todo este caos? Es consecuencia de que no creímos en su momento en esa muerte tan anunciada, celebrada por unos y llorada por otros.
Quizá ha llegado el momento de una reflexión a la hora de sentarnos junto a nuestra familia más cercana en esa cena opípara de alimentos, pero pobre de emociones y sentimientos, cuál es el motivo verdadero. Lo que el mensaje conlleva es darnos y dar MUCHO AMOR.
En resumen, como dice un buen amigo y maestro narrador, ¡Esto se cuenta y no se cree!