Aquel abril no vino cargado de lluvia sino de un cansancio descarnado, salvaje.
Don Pedro llevaba cursos, muchos, lidiando con el trepidante ritmo de 2º Bachillerato; le arrastraba el reto de poner a punto aquellas mentes moldeables, ayudarlas a entreabrir la ventana a un futuro siempre ilusionante.
Sin tregua, con sigilo había ido erosionando su salud. Él, atrincherado en la responsabilidad -lo copaba todo-, prefería atiborrarse de trabajo, ignorar los avisos del cuerpo.
Aquel martes le invadió el acre sabor de la derrota, no acudiría a clase. Tumbarse, tumbarse, descansar, descansar, recuperarse, recuperarse... y regresar al aula, REGRESAR sin dilación. Pero el remolino de encabritados pensamientos le succionaban la mínima energía que aún le restaba.
Impelido por la rebeldía indómita de quien se niega a claudicar acudió a urgencias. Mediodía. Informe pertinente, remisión del centro de salud a urgencias del hospital general. Derrota.
Tuvo que contarle a la nieta, dos pinceladas, debía acudir al hospital.
Granuloma, primera vez que escuchaba el término de boca del médico de urgencias, serían las cuatro de la tarde. Tiene toda la pinta de un granuloma, le repetía al cirujano que casualmente pasaba por allí. Este le palpó el costado derecho, a la altura del riñón, una protuberancia carnosa, repelente que batallaba con denuedo por explotar, habría que ver qué hay dentro...
Analítica, muestras de orina, rápida ecografía, analgésico... protocolo en marcha. Esperar, esperar y esperar. Ni el menor resquicio para pensar en el trabajo, en cómo recuperar las horas “perdidas” por la tozudez de un cuerpo que no le obedecía.
Cansancio, agotamiento supremo y el temor al encierro en aquella cárcel hostil poblada de batas blancas y verdes.
Necesito la opinión del urólogo, hasta mañana por la mañana no estará, le comentaba el médico de urgencias a D. Pedro, lo mejor es que pase la noche aquí. Mañana verá las pruebas el urólogo, hablaremos con mayor certeza.
Reclusión, encierro, derrota, destrucción... tenía que pasar la noche en aquel mundo paralelo, se repetía hasta la saciedad.
Bien pasadas las once, la nieta de don Pedro se había marchado con la promesa de regresar lo más temprano posible. El profesor ahora asumió la gravedad, el protagonismo que le correspondía, muy consciente de que lo más obvio, lo más simple, la raíz de las raíces -el cuidado de su cuerpo- lo había arrinconado, relegado casi al olvido... incluso halló fuerzas para despertar el eco de anécdotas de vidas de escritores llevadas al límite, poemas sangrantes, personajes en breves relatos de su archivo literario que lo reconectaran con su esencia.
Eterna noche, noche oscura del alma, desasosiego...
La doctora Sara, verde impoluto, desde la desnuda franqueza, a eso de las nueve de la mañana, le aconsejó el ingreso en planta, la conveniencia de realizarle una batería de pruebas para dar con el origen de la infección... se facilitaría todo el proceso.
Resistencia, últimos resquicios de no abandonar el barco de la responsabilidad para con su alumnado. Ante él solo una opción: claudicar.
El periplo se inicia con el traslado de una zona de boxes a otra, antesala del ingreso definitivo; subida a primera planta; secuencia de una y otra y otra prueba médica, pasillos transitados desde la cama, ida, vuelta... todo aderezado por la amabilidad, la tierna humanidad del personal sanitario: Hola, soy Paola, soy Manuel, soy Sibi, soy Marina, soy Marcial, soy Maikel, soy... para lo que necesite pulse el botoncito rojo y vengo. La esperanza siempre sonreía, se había vestido de blanco.
La noción de tiempo se había diluido, ahora lo marcaba las comidas, las pautas médicas y en menor medida el cambio de turno del personal. En uno de estos, sobre las ocho de la mañana, la curiosidad guio a Maikel a la habitación 1308. Don Pedro, sí, era él; su profe, aquel señor al que tanto respeto y admiración guardaba. Le había impartido clases en su academia, unos 25 años atrás.
El viejo profesor también lo reconoció desde el corazón, a aquel inquieto adolescente transmutado en enfermero.
Un sentido abrazo, una fresca mirada arrancada del pasado, complicidad, elocuente silencio.
Añadir nuevo comentario