Sin haberme desnudado de mi ropa de niña, me vestí de mayor y casi de forma inconsciente, me encontré con unos tacones que a menudo me hacían tropezar y mis ojos de niña, aderezados, iban diciendo al mundo que me rodeaba, lo mayor que me había hecho. A todos menos a papá y mamá para los siempre sería su niña.
Así asomé mi inocencia casi perdida, a un mundo aparentemente tranquilo. Todo me sorprendía y fui capaz de decidir por mí misma. ¿Qué me gustaba más de esta nueva etapa? Comprobar que mis alas transparentes funcionaban.
Me gustaba pasear sola o en la guagua contemplando gentes, situaciones e imaginándome a mí misma inmersa en los distintos lugares que contemplaba. Necesitaba pensar y colocar mi yo en cada sensación y situación nueva para mí.
Disfrutaba de la complicidad con amigos que vivían y bebían la vida con la misma intensidad que yo. Ellos me acompañaron en esas experiencias imprevistas y a veces atrevidas.
Las entradas del cine con los nombres por detrás para que tu asiento fuera el acompañante de la butaca del amigo que te hacía soñar despierta.
Los paseos por la rambla y el parque haciéndome la rezagada para esperar por el motivo de mis embobamientos cada vez más frecuentes.
La reunión de amigas para contarnos nuestras vivencias y un poco aconsejarnos unas a otras.
Excursiones al monte o a la playa, guitarra en ristre para ponerle música a lo que ya tenía una letra preciosa a mi entender y sentir.
Aparecieron las mariposas que volaban como yo y que se adentraron en mi estómago, haciéndome disfrutar de la sensación que dan los primeros amores.
Mis hermanos mayores fueron también mis amigos, guardianes que me llevaban a lomos de su experiencia y fueron los más pequeños los que hicieron de mí una persona capaz de enseñarles… ¿El qué? Tenía todo por aprender, pero rodeada de ellos me sentía segura e imitaba todo lo que mis mayores hacían conmigo.
Y desde lejos, pero cerca, mis padres me introducían casi sin yo saberlo, en ese mundo que tiene sus luces y sus sombras, a hilo de cometa, soltando y recogiendo. Así pude volar muy alto.
Siempre hay un pero, las cosas no tan buenas que tiene el empezar a explorar lo desconocido. Aun de esas situaciones aprendí a vivir lo real y a caminar de forma positiva.
¿Volvería a esa época? Fui muy feliz ciertamente, pero cada época de mi vida ha tenido felicidad, aprendizaje, incertidumbre, dolor y todo ello me ha enriquecido, convirtiéndose en recuerdos. Recordando, vuelvo a vivir todo lo que ha convertido mi vida en un puzle maravilloso.
No necesito por tanto, volver a los 17 como realidad. A mi edad, disfruto esa época como recuerdo. Y me hace sentir en ocasiones débil, desvalida y también llena de inocencia y amor pueril. ¡Qué enigmático resulta este ir y venir!
Quiero seguir caminando en el presente, disfrutando de lo que me brindó el pasado y pensando en que me deparará el futuro. Seguro que fluirá hermoso con las circunstancias nuevas que estarán por venir.
Volver a los 17 es una preciosa canción compuesta por Violeta Parra en 1962 e incluida en su álbum “Las últimas composiciones” que salió a la luz en 1966, siendo considerado como uno de los mejores discos de la música chilena.
Es una canción de inspiración folklórica chilena de un lirismo profundo.
Os encantará escucharla por la propia autora y también muy recomendable la versión de Mercedes Sosa. Ambas podéis encontrarlas en YouTube.
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