Toñi Alonso
Toñi Alonso

Para mí los antepasados de mi árbol genealógico son abuelos, así identifico al quinto abuelo de la rama materna. Y como las casualidades no existen para quien les escribe, un día por casualidad, recibo un correo electrónico de una mujer desde la isla de Cuba, que buscaba sus parientes de Candelaria, los nombres de sus tatarabuelos me resultaron familiares, pero no sabía hasta qué punto lo eran.

Buscaba a los descendientes de Agustín Sabina y Petronila Hernández. Y vaya que me “sonaban” esos nombres. Hilando, hilando encontré esta historia de vida que les voy a relatar:

Agustín Sabina nació en el pueblo de Candelaria en el año 1819, sus padres fueron Juan Neporuceno Sabina y Margarita Tejera. Se casó en primeras nupcias con Rosa María Castellano, que murió al dar a luz a su hija Rosa Sabina Castellano en el año 1848. Esta hija, Rosa, se casó con Juan Matías Marrero Díaz y tuvo descendencia. Gumersindo, que casó con Francisca o Frasquita Torres Pérez. Anselmo, que murió con apenas veinte años y zapatero de profesión, y Zenona, que quedó soltera sin descendencia.

Gumersindo fue mi bisabuelo materno.

Pero sigamos con mi abuelo Agustín sabina, que se casó en segundas nupcias con Petronila Francisca Hernández, el quince de abril de mil ochocientos sesenta y tres, después de tener dos hijos con ella. Sus dos primeros hijos se llamaron Rosa y Pedro Cayetano, en sus bautismos aparecen como hijos naturales de Petronila Hernández y padre no conocido, y al borde izquierdo de los mismos, una anotación que dice: “hijo/a legítimo/a por matrimonio de los padres”. Sus otros dos hijos Petronila y Felipe Camilo sí aparecían como hijos legítimos en los asientos de bautismo.

Los dos matrimonios de mi abuelo Agustín, fueron con expedientes eclesiásticos de dispensa, esto es, que debían solicitar la “venia” del obispado para casarse, ya que eran familiares, en este caso en tercer grado de consanguinidad. 

Ya hemos construido las ramas del árbol genealógico, en este caso con dos troncos bien sólidos, los descendientes de Rosa María Castellano y de Petronila Francisca Hernández. Y ahora, ¿qué pasa con los descendientes de Petronila?, pues que, en Candelaria se desarrollan las ramas de sus hijas, y los varones embarcan en el vapor “Teresita” rumbo a la isla caribeña de Cuba. Y es allí, dónde una tataranieta de Agustín y Petronila, se le ocurre escribir un correo electrónico hablando de su búsqueda familiar.

Y nos hemos encontrado dos nietas de Agustín, que intentamos desenredar la madeja de hilos invisibles de nuestra familia.

Ahora nos escribimos mensajes, nos hacemos videollamadas, y buscamos los parecidos genéticos en nuestras fotografías. Nos queremos contar nuestras vidas muy rápido, por si no nos da tiempo, de decirnos todo aquello que ha quedado en silencio cuatro generaciones atrás. Queremos sanar todas las ramas familiares que no conocimos, queremos saber cómo es la Isla de Cuba y sus gentes en el presente, y nos intercambiamos fotos y videos de los encuentros familiares. Deseosas de poder contar a todos lo que hemos atado y aprendido en estos días.

Si el abuelo Agustín supiera cuanto le nombramos y cuánto más quisiéramos saber, seguro que como buen candelariero, se colocaría la boina negra de pescador en su sitio y con una mueca ligera de su boca bajaría el rostro para seguir cosiendo las redes con los hilos imaginarios y mágicos que sus nietas han encontrado.

Este relato es un abrazo a mi parienta Adelfa, que su insistencia ha hecho posible que nos uniéramos a pesar del ancho mar que nos separa.