En nuestro encuentro de finales de enero, con el Reto de escribir eligiendo un personaje que transitara por la Navidad de cada uno, los compañeros fueron desgranando sus historias y pudimos disfrutar de un variopinto abanico de historias.
Les dejamos algunas aquí por si les apetece conocerlas.
Autor José Luis Regojo
Título: Carta de Navidad
Carlitos, mi primo, se hace llamar Charles siguiendo la estela del escritor norteamericano Bukowski. Es un personaje peculiar: alto, robusto, moreno y con una personalidad variable. A pesar de no habernos visto durante las Navidades, su ausencia no ha pasado desapercibida por una desagradable carta que me envió. Lleva una temporada trabajando de portero de noche en una pensión, tras perder su empleo en una universidad por motivos que nunca ha confesado. Últimamente, bebe más de la cuenta y la relación con su exmujer, de la que lleva separado cinco años, roza la violencia de género. Poco después de separarse, le dejé mi casa para que pasara unas vacaciones con sus dos hijas pequeñas. Al finalizar su estancia, me devolvió una vivienda convertida en una pocilga: sucia, colillas por todas partes, una cocina asquerosa y las luces encendidas. Lo llamé, discutimos, y le dije que se olvidara de volver a poner los pies en mi casa. Él, por su parte, consideró que yo estaba exagerando. Estas Navidades, su exmujer, con quien continuamos siendo amigos, vino a visitarnos con las chicas. Pasamos unos días agradables, sus dos hijas congeniaron con las nuestras. Un día vinieron a casa a cenar, y otro fuimos nosotros a comer a la que había alquilado. Durante la comida, recibí un correo en el móvil. No lo leí inmediatamente. Al rato, decidí echarle un vistazo y vi que era de Carlitos con el asunto ‘Feliz Navidad’. Me sorprendió, porque no nos hablamos desde la discusión del piso. Lo abrí:
Querido primo; ante todo, te deseo un próspero año 2025. En segundo lugar, te felicito por al asqueroso ghosting que me has hecho".
Busqué el significado de ese anglicismo (dejar de comunicarte con alguien sin explicación) y me sorprendió que le hubiera molestado tanto, considerando que nunca hemos tenido una relación cercana. La misiva continuaba:
¨Bravo. Decía Kant —ya sé que tú eres más de Irene Montero— que el fundamento de la ética es simple: trata a los otros como te gustaría que te trataran a ti. ¿Qué mensaje, primo, das a mis hijas con tu repugnante actitud?
Yo, que siempre les hablo de ti y de nuestras vivencias de pequeños. ¿Qué van a pensar ahora? Es muy simple: imagínate que tú estás divorciado. Yo organizo una cena con tu ex y las niñas ¿Qué pensarían tus hijas? Mira, yo con mi familia no me llevo bien, pero si en algo estamos de acuerdo, es que eres una persona zafia, interesada e impresentable. No viniste a mi boda, sabiendo que eras prácticamente mi único amigo. Me heriste profundamente y para siempre¨.
Es cierto que no fui a su boda, pero él decidió improvisar una boda un 15 de agosto, cuando ya teníamos las vacaciones familiares planeadas y no las iba a anular. No iba a perder el dinero de los vuelos y hoteles por su genialidad de última hora. Siguió….
¨Me montaste un Cristo porque dejé tu casa en desorden, una casa que era una pesadilla, el sueño de un vagabundo chiflado. Y ahora esto. ¿Qué van a pensar mis hijas? ¿Que soy un apestado, un tipo odioso e intratable? Claro, todo esto en connivencia con mi ex: Dios los cría y ellos se juntan. Mira, Jose, voy a ser claro: que te folle un pez. Ahora te voy a bloquear en todos los canales; no intentes hacerme llegar tu moralina de progre woke¨.
Tuve que buscar el significado de este segundo anglicismo y encontré que la extrema derecha usa el término woke para referirse, de manera despectiva, a las ideologías progresistas. Carlitos no paró ahí:
¨Yo estoy en un momento de mi vida que no estoy para hostias, para gente sucia y malvada. La has cagado, y esto no tiene arreglo. Te has pasado por el forro los lazos de sangre, la historia familiar. ¡Ale, guapo!, nos vemos en el infierno. Repito: NO Intentes contactarme ni hables de esta carta a mis hijas. Ahora estoy ligeramente cabreado, no te deseo que me conozcas en cólera. Así que, calladito, sigue hablando con mi ex y olvídate de mi existencia. Charles¨.
Comenté la carta con su ex y su familia, excepto sus hijas. Todos, sin excepción, me dijeron que no hiciera ni caso. Admitieron que ellos habían recibido cartas e insultos del mismo cariz, e incluso más soeces, llenas de odio y rencor, durante los últimos dos años.
Decidí no responder a ese hombre enfermo que se ha descalificado a sí mismo. No tenía sentido alimentar su ira. Desgraciadamente, Carlitos parece encaminarse a convertirse en una versión patética de Charles Bukowski, representante del realismo sucio, pero no por su calidad literaria, sino por su declive hacia una vida de excesos y autodestrucción.
Autor: Lange Aguiar
Título: La Esperanza cabalga sobre el dolor
La Navidad siempre ha sido una época de alegría y celebración en nuestra familia. Sin embargo, este año, la historia se ha teñido de matices complejos y profundos, llenos de vacíos y sufrimiento. El dolor se hace presente junto a la esperanza de vivir unas fiestas alegres. Mi hermana, la mayor de las 4 chicas de casa, pues somos doce hermanos, se encuentra ingresada en el hospital enfrentándose a una enfermedad que la ha debilitado gravemente. Ella, que es luz y sombras en la misma medida, forma parte ineludible de nuestras vidas. Cada día, el sonido de las máquinas y el aroma desinfectante del hospital, se han convertido en parte de nuestra realidad, donde la llegada de un nuevo año y la venida de los Reyes Magos se convierten en una banalidad difícil de vivir y entender en estos difíciles momentos.
A medida que nos acercamos a esta realidad hospitalaria, la tristeza y la esperanza parecen bailar en una extraña armonía. Recuerdo las risas que compartíamos alrededor del belén y el árbol de Navidad, y cómo ella siempre se encargaba de elegir las decoraciones más extravagantes. Ahora, en su cama de hospital, luchamos por mantener ese mismo espíritu vivo, aunque la situación sea desgarradora.
A pesar del sufrimiento, encontramos momentos de luz. Las enfermeras, ángeles en bata blanca, nos brindan apoyo y palabras de aliento a pesar de las carencias y la falta de espacio en unas urgencias desbordadas. Los pequeños gestos de amor del personal sanitario, así como una llamada de un amigo o un mensaje de aliento, son destellos de esperanza que nos recuerdan que no estamos solos en esta situación complicada. Cada día, mis hermanos y hermanas, sus dos hijos, su hija y su marido le llevamos un adorno de Navidad para su cama en aquel lugar de tránsito, cubierto con una sonrisa, aunque ella apenas lo percibe o lo ve, tratando de recrear la magia que solíamos vivir juntos.
La dualidad de esta experiencia es abrumadora. Hay días en los que la tristeza parece consumirnos, pero también hay momentos de profunda conexión, donde el amor familiar se siente más fuerte que nunca. La esperanza se convierte en nuestro refugio, y aunque el sufrimiento es palpable, nos aferramos a la idea de que cada día es una oportunidad para luchar, para amar y para seguir adelante. Ella, con sus ochenta y dos años, necesita descansar con una sonrisa en su cara.
En esta Navidad, aunque la mesa no esté llena de risas y alegría, estamos juntos en espíritu. Nuestro deseo más ferviente es que mi hermana encuentre la fuerza para superar este desafío y si es necesario, realizar su tránsito con Armonía y en paz. La Navidad es, después de todo, un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza puede brillar intensamente, y el amor familiar puede ser el faro que nos guíe a través de la tormenta.
Autor: Jesús Abreu
Título: Antes de la sopa
Mi suegra nos recibe en la puerta, mientras se limpia las manos en un delantal con la imagen del cuerpo de una mujer desnuda, de enormes pechos y el pubis rasurado.
— Hola Jesús -beso.
— Ana, hija -beso.
— Luisito, mi niño -muchos besos.
— ¡Abuela! -dice mi hijo mientras se limpia la cara- qué yo me llamo Jesús como mi padre.
La abuela se queda mirando un instante al nieto con una mirada perdida, le da un pellizco en el cachete y le dice: Anda liante, no te rías de la abuela.
Mi hijo se fija en el delantal y se queda hipnotizado. Ana le tapa los ojos y se lleva al niño al comedor.
— Bonito delantal suegra -le comento.
— ¿Te gusta, aunque es un poco raro, no? -Me contesta, y me explica que se lo regaló su hijo Paco.
Ana viene apresurada y le cambia el delantal por otro, que tiene bordado una oca con sus polluelos, y lo hace con tanta rapidez que la pobre señora casi no se da cuenta.
Suena el timbre, es el vecino del piso de abajo que trae a mi cuñado Paco agarrado del brazo. ¡Qué pedo trae el Paco!
— Disculpe doña María, es que su hijo se ha confundido de piso y aunque le explicamos, varias veces, que su casa está en el piso de arriba sigue tocando el timbre de mi puerta al ritmo de los villancicos que canta -dice el vecino.
— Gracias Agustín -le dice mi suegra.
— Fernando doña María, Fernando -le corrige el vecino.
Paco, tambaleante, me dice al oído: Jesús, cuñado ¿lo has captado, chapisque? yo sabía que no era mi casa, es que quería gastarle una broma al Fernando.
— Claro Paco, que pillín -le digo notando que con su vaho se me emborracha la oreja.
¡¡Qué gran cena de Nochebuena me espera, todo esto ha ocurrido sin ni siquiera tomar la sopa!!.
Autora: Miriam
Conexión auténtica
Como cada año fui con mis padres a ver el belén. Es una pequeña obra de arte muy detallada que todos los años contemplo a través del cristal de la tienda. Sin embargo, este año parecía que la Virgen y san José habían sido víctimas de un huracán, porque sólo quedaban figuras desperdigadas por la balda del escaparate.
Me gusta ir de transeúnte, es una forma fina de decir que vengo sólo a mirar lo que no puedo comprar. Esa calle tiene varias tiendas, casi en fila, y cuando las adornan, crean una curiosa mini estampa a la que sólo yo puedo darle vida en mi mente.
Mientras seguía transitando el lugar vi una mujer de unos cuarenta y cinco años que vestía con ropas grisáceas y llevaba un moño. Tenía pinta de mujer solitaria. Por el rictus de su boca y la rigidez con la que se movía, daba la impresión de que la vida le pesaba.
El perro que la acompañaba andaba lento y parecía atento a cada detalle. Era relativamente grande, de pelaje negro y con unos llamativos ojos pequeños y anaranjados.
Creo que el animal advirtió que le estaba mirando porque me devolvió la mirada, una mirada que me sorprendió porque nunca había visto tanta melancolía en un perro. Aquellos ojos rezumaban tristeza, probablemente contagiada por su dueña, porque a fin de cuentas el animal percibe el ambiente y como a todo ser vivo, le influye.
Sentí que quería saludarme, y lo hizo dos veces: una como hacen los humanos, volviéndome a mirar fijamente, y luego con la mirada auténtica, con la nariz. Acercó su morrito a mi mano derecha y me olió. Parece que le caí bien porque mantuvo el contacto algo de tiempo. Aunque otras personas se lavarían las manos enseguida, para mí es agradable el contacto de la trufita del perro con mi piel. Estoy escribiendo esto mientras aún conservo esa sensación cálida y suave en mi mano.
Días después, recostada en mi cama, tras la cena de Nochebuena, pensé en aquella mujer. Prefiero pensar que pasó la Navidad con su hermana menor, que ya tenía tres hijos, de los cuales no faltaría ese sobrino, que hace el comentario que arruina la noche. Daría donde más duele, diciendo: Tu casa huele a perro. A lo que la mujer respondería: ¿Y qué sabrás tú a qué huele un perro? Un perro huele a amistad, a bondad y a la lealtad del amor incondicional. Porque en la era de lo sintético en la que vivimos, la conexión con un perro es, sin duda, una de las pocas conexiones auténticas.
Autora: Teresa Terán
La huella de la Navidad
Euforia y algarabía se circundan, entre numerosos destellos, que nos embelesan y embriagan. La Navidad se palpa en la calle, es el seno del hogar.
Estas Navidades dejó en mi existencia, una huella llena de torbellinos nebulosos.
Cuando oí su voz decir “Voy camino al hospital”, Y tú, sabes cómo está este país.
La sensación de quietud me invadió, pronto dio paso a un creciente estado de ahogo. Se me vino a la mente ese miedo, ese pánico, angustia, esa ansiedad, que sienten las personas al enfermar. No solo se ven desprotegidas, se ven condenadas a morir por falta de medicamentos, por no hablar de cosas como comida, agua etc.
Fueron días de intensa lucha, de inmensa incertidumbre, de quienes estaban a su alrededor. Escapándose de las manos toda esperanza e ilusión a cualquier sintonía que modificara esa situación, viendo su agonía y su dolor.
“El silencio habla”
Hoy siento una pena,
late mi corazón.
Al alma la zozobra la abrazó.
La tristeza y la desilusión,
se dan las manos.
Autora: Cele Díaz
Título: El frutero
Me mudé de casa aunque no de barrio, estaba viéndolo desde otro ángulo.
Conociendo el barrio me encontré con el frutero, un personaje llamativo para mí. Un hombre alto y flaco en demasía. Poco agraciado de cara. Con unos ojos pequeños, nariz alargada y una calva blanca y pronunciada, con cara de serio y trabajador.
Esboza su suave sonrisa en una boca de dientes pequeños y blancos con un rictus tímido.
Viste de forma deportiva con chándal o vaqueros y camiseta, con espalda poblada por una gran chepa, al mirarlo parecía llevar una polvera negra alargada que me recordaba a Gargamel.
Lo miré por unos instantes fijamente, abstraída, hasta que me preguntó: ¿Qué quiere señora? Entonces me percaté de que lo estaba observando. Me fue explicando las frutas y verduras que tenía, su origen, sus propiedades, me habló de forma tan profesional y con una voz tan suave y profunda que me conquistó.
Desde entonces soy amiga de mi Gargamel particular, aunque él no me reconozca como pitufa, pero yo sí sé que lo soy porque realmente mido un escaso metro y medio y me encanta el color azul. Y cada vez que voy al frutero me siento cómoda y feliz por el encuentro y la conversación.
Autora: Toñi Alonso
Título: Una señora de «postín»
No es difícil destacar entre la multitud que se apea del tranvía en la Plaza de la Paz, estos días de Navidad. Desde mi balcón observo el tránsito de los que eligen salir a las calles en busca de regalos, o simplemente a pasear perdiendo la noción del tiempo entre empujones y “lo siento, disculpe”.
Y ahí está ella, una mañana de sol radiante, tan bien vestida que pareciese va a una comida de Navidad, pero las bolsas que cuelgan de sus manos la delatan, bolsas con firma, cerradas con lazos de cinta del mismo color que las bolsas.
Me llama poderosamente la atención su calzado, así es como reparo en ella y su figura. Unas zapatillas negras clásicas que dejan ver unas medias tupidas negras también. Una falda que le llega debajo las rodillas, de paño a cuadros, de corte recto, en perfecta armonía con la chaqueta de igual material y el pañuelo de seda azul que deja vislumbrar una blusa de algodón blanca.
He tenido que volver a observarla, parece salida de una revista de moda, va tan perfecta, que pareciese una duquesa o condesa o…
Mis pensamientos se detienen a cada paso que da, erguida, serena y cabeza alta. Con destino cercano y conocido. Se detiene en el escaparate de la joyería, y el reflejo del cristal nos devuelve su rostro relajado, yo le encuentro un tanto glamuroso, seguramente porque me resulta tierna y un tanto romántica su actitud.
En la esquina desaparece de mi campo visual, y con una leve sonrisa le digo adiós.
Cuando ya creía que no le volvería a ver, la he tropezado en el estanco Conchita poniendo una lotería, igual tiene premio, porque igual que la primera vez que la vi sigue elegantemente vestida.
Nos miramos y me devuelve una sonrisa que parece más un ligero movimiento de bigote, eso sí, muy pero que muy cortés.
Ya sé su nombre, es Gloria, doña Gloria como la llama la empleada del estanco. Y con atenta curiosidad he descubierto más cosas, vive en un ático que da a la Rambla, con su sobrina Merceditas, que es profesora de Instituto jubilada que ahora se dedica a toda actividad cultural que ocurre.
Doña Gloria, le compra el periódico a su sobrina, y con él en la mano se le oye muy bajito la expresión: “lo que cuesta, una minucia, este periódico, para una “minucia” como es Merceditas”.
Yo atónita no daba crédito a lo oído, resultó que la señora de postín, también es desagradable.
No le he vuelto a ver por la calle, ni en el estanco, y oiga que me alegro.
Autora: Rosa Galdona
Alguien cualquiera en Navidad
Laura va en el tranvía (tiene pinta de llamarse Laura, no sé…). La mirada, laxa, perdida en el infinito. Va delante de mí. El cuerpo se le nota tenso y ocupa el asiento contiguo a ella con bolsas de compra. Sobre todo botellas. Su cabeza va repasando con ansiedad los regalos que le faltan por comprar. La oigo desde aquí. Es Nochebuena y la cena, al menos, la tiene ya resuelta. Comerán un estofado tradicional en la familia. Ya lo tiene a punto en el horno. Es el de la receta de la abuela Matilda. Es muy sencillo de hacer y queda muy rico. Solo su hijo no lo probará, porque le gusta más el Mac Menú que pide por Glovo (“él se lo pierde”, piensa Laura muy resuelta).
Cuando llegue a casa comenzará con el ritual de poner la mesa. El mantel bordado de la otra abuela (una reliquia familiar que no puede faltar porque era de su difunta suegra). Sacará la vajilla de las grandes ocasiones. Pondrá copas de vino (por su marido), de champán (por su yerno), de cava para su hija y tres vasos: para la Coca Cola de su hijo, para la sidra de su madre y para su Fanta naranja. A ella no la priva nadie de su Fanta. Ni Nochebuena ni Nochebueno. Y cuando no quieran que prepare el estofado de la abuela, que organicen su cena fina de Navidad en otro sitio, porque su casa no está para delicateses. Y ella con una tortilla de papas cena tan a gusto y se pone a ver el especial de la tele (con su marido no puede contar porque se duerme enseguida y su madre se olvida del mundo con el móvil y el Facebook). Pero vamos, que si los demás quieren celebraciones pijas, que se vayan de hotel, porque ella no está para caprichos ajenos.
Lo del cava, bueno, a la niña siempre le gustó, desde que lo probó por primera vez por culpa de aquel anuncio de burbujas de la tele. El champán también tiene una justificación, porque su yerno estudió en París y desde entonces no toma nunca otra cosa en una comida especial (cómo no se lo va a tener, al muchachito…) El vino… a ver si va a tener que justificar que su marido deguste un buen Ribera, el que a él le gusta aunque sea más caro). La sidra… la sidra es la de toda la vida, qué caramba, y la Coca Cola… es que al chico le ayuda a digerir la hambuerguesa gigante que se mete entre pecho y espalda. Es sabido que la Coca Cola desatasca cuelquier cosa… incluso la digestión. El único capricho de verdad es su Fanta (piensa convencida), pero se la compra y se la bebe porque le da la gana. Aunque tenga gas y azúcar. A ella le gusta y punto.
Luego recogerá la mesa mientras los demás hablan de sus cosas. Pondrá con cuidado la vajilla en el fregadero y llevará la bandeja de dulces a la mesa. El turrón de yema confitada para la niña. El de frutas con chocolate para su marido (“Es tan sibarita, mi amor”, reflexiona abobada). El de guirlache es para su yerno, que le encanta. El de chocolate negro para el niño, que le vuelve loco. Para su madre y para ella los mejores: un cachito del duro y otro del blando. Y ya está. Los mazapanes, los almendrucos y los polvorones estarán de relleno. Quedan monos en la bandeja pero nadie se los come (en Nochevieja se los pondrá otra vez como vuelvan)
Terminada la cena, se darán unos besos y la niña se irá con su marido, de fiesta, por ahí. El chico se retirará a su aposento - leonera. Su marido dará cabezadas en el sofá y su madre seguirá autista con el móvil. Laura verá normal que todos tengan ganas de hacer lo que les pide el cuerpo. Así que ella hará lo propio y se pondrá a recoger la cocina. Si deja la loza sin fregar, por la mañana estará llena de comida apelmazada y le costará mucho más esfuerzo dejarla limpia. Se pondrá en ese instante a limpiar. Es lo que le pide el cuerpo, que cada uno es cada uno y ella no tiene ánimos para dejarlo todo sucio. Pero fregará con cuidado, con delicadeza, porque la loza es frágil y, además, porque cortaría el letargo de su marido en l sofá.
La veo fregando con devoción. Veo la escena como si la casa fuera de cristal. Una familia tradicional, una cena tradicional, una unión familiar tradicional y una mujer que mantiene la tradición (también a la mujer la veo de cristal, aunque ella no lo sepa). Pero las tradiciones son sagradas. Laura lo sabe. Por eso sigue haciendo estofado para intentar que la familia se reúna al menos una vez al año. Pero, eso sí. Siguiendo sus normas. Para caprichos, que se vayan por ahí. “¡Ay Dios!”, grita bajito y de pronto, mientras seca la vajilla, “de mañana no pasa que le encargue al niño el equipo de escalada en Decathlon, a ver si no me va a llegar para Reyes…” y el niño tiene veintitrés años y no ha escalado en su vida nada más alto que su cama…
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