Lali Marcelino
Lali Marcelino

Es de suponer, como decía “alguien”, que ya está en la otra dimensión, (esa a la que algún día llegaremos) que todos los sentimientos se albergan en cada uno de los seres humanos que habitan nuestro planeta. 

Ira, envidia, tristeza, miedo, asco, ansiedad, rechazo, vergüenza. Alegría, amor, humor, felicidad. Sorpresa, esperanza, comprensión... y algunos más, son de nuestra propiedad en el interior de esta maravillosa maquinaria que es el contenedor de todos, ellos y ellas. Aunque estos inquilinos nunca se irán, solo afloran al exterior aquellos que dejamos ver, pero están ahí, esperando tras la puerta de salida, porque salir, salen, aunque no nos gusten.

¿Quién no ha manifestado ni la ira, ni la envidia, ni el miedo o el asco, entre otros?

Siempre habrá alguien que quiera ser bueno, buenísimo y probar ante los demás que estos sentimientos no entran en su catálogo de comportamiento. Para demostrar su nobleza de corazón, se acoge a las altas autoridades eclesiásticas entonando el mea culpa para ser perdonados, porque quizá hayan rozado a la envidia o al asco que le producen ciertas personas o actitudes... y con solo un rezo de algunas oraciones ya sabidas, quedan exentos de culpa por haber tenido sentimientos impuros, por lo que ya pueden continuar cometiendo atrocidades hasta la próxima confesión.

La coherencia y la comprensión están a la expectativa... pero cada día deben esperar más. A veces ni se presentan, aun siendo tan necesarias. Andan perdidas, vagando por el infinito a ver si algún día se las requiere en esas mentes retorcidas que solo piensan en su ombligo.

Destacan las mentes con malos sentimientos y se hacen los dueños del mundo, porque es más importante vivir odiando y deseando los bienes ajenos que vivir amando y deseando un bienestar común. 

Actualmente existen muchos adoradores de ombligos, capaces de acabar con los más débiles, que se  rinden al culto de “yo soy el mejor”. Adoradores de marcas, de uniformidad psíquica, de pensamientos y “apariencias respetables”. Adoradores capaces de venderse al mejor postor, aunque con ello contribuyan a la mediocridad y a la devaluación de sus propios vecinos. Los buenos sentimientos o emociones cada día se cotizan menos en la bolsa de las medias verdades, porque ya no existe la comunidad. El individualismo se hace presente en todo. Nos hace falta un gran baño, no precisamente de agua y sales.

¡Reflexionemos!   

¿Comunidad, compartir? ¿Qué es eso?

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