Carlos Castilla
Carlos Castilla Gutiérrez

Ningún ser vivo simboliza tan bien la conexión del Cielo y la Tierra como los árboles. Es algo casi milagroso la forma en que captan la energía del Universo a través de sus antenas. Con sus hojas que, funcionan como el mejor de los paneles solares, obtienen la energía lumínica del Sol y la transforman en materia viva a gracias a la verde clorofila. Su propia respiración nos beneficia al absorber dióxido de carbono y liberar oxígeno. Son un pulmón principal de la naturaleza que hace que millones de seres podamos a su vez respirar. El nivel de su conexión con la Tierra gracias al poderoso anclaje de sus raíces en el suelo vuelve a impresionarnos. “Como es arriba es abajo”, las raíces son como un negativo subterráneo de las ramas en el misterioso mundo interconectado del subsuelo donde los árboles viven en cooperación, ayudándose entre sí al compartir información y nutrientes. Por todo esto y mucho más, han sido considerados sagrados desde la antigüedad. La mayoría de las culturas siempre veneraban ejemplares únicos que eran respetados como representantes de la divinidad. Sirvan de ejemplo la ceiba, el árbol sagrado de los mayas o el sicomoro para los egipcios, el baobab, el roble, el olivo y una lista muy larga. En Canarias podemos destacar el Árbol Santo de El Hierro, el Garoé y en especial el drago, inmortalizado en el cuadro “El Jardín de las Delicias” representando nada menos que el árbol del paraíso.

Pero el mal llamado progreso ya no respeta a los árboles, de ellos hemos tomado madera, frutos, sombra y cobijo pero para el capitalismo el árbol es sólo mercancía o simplemente molesta ocupando el espacio necesario para obtener más beneficios, sólo representa un coste para su mantenimiento y no es rentable. Ya no es un ser sagrado, ni siquiera es importante,  por ello se deforestan extensiones inmensas de selva cada año, por eso no se erradican los incendios, más bien se provocan. La última tendencia es el arboricidio en las ciudades pese a que se reconoce como objetivo de sostenibilidad el arbolado urbano por los innumerables servicios ambientales que aporta, entre ellos la lucha contra el cambio climático. Las ciudades se están quedando sin árboles, vemos como cada vez se ceban con la moto-sierra cual psicópatas de película de terror con los ejemplares más antiguos, sin mostrar el más mínimo sentimiento hacia estos seres que han acompañado a muchas generaciones. Cuando no son talados al completo, los mutilan hasta hacerlos parecer tristes candelabros, sin fuerza apenas para florecer.

En 2013 se celebró en Los Llanos de Aridane, La Palma, el 150 aniversario de la plantación de los primeros laureles de indias que llegaron desde Cuba. Estos generosos árboles se extendieron por la mayoría de las ciudades y pueblos de las islas convirtiéndose en una seña de identidad al formar parte de la imagen tradicional de la plazas, proporcionando verdor, sombra, refugio de mirlos, gorriones y canarios. Sus semillas, que muchos acostumbrábamos a pisar para hacerlas estallar terminaron  madurando hace unas décadas transformándose en pequeños higos que sirven de alimento a las aves. Ahora se han convertido en una de las víctimas principales del arboricidio urbano en Canarias bajo excusas diversas, lo que ha ocasionado una reacción social de las personas más conscientes, llegando a plasmarse en una ley de iniciativa popular.  Sin embargo, el atropello continua y nos preguntamos ¿para cuándo el respeto que estos seres se merecen? Esperemos no llegar demasiado tarde.