Esta mañana, desde el balcón, mirando hacia el océano que acaricia Candelaria (Tenerife), me he dado cuenta de que vivo frente a un triángulo que define mi existencia. Si miro a la derecha, veo las banderas del ayuntamiento ondear al viento. Ese es el primer vértice. A la izquierda se alza la basílica, el segundo vértice. Bien pensado, ni la derecha ni la izquierda ofrecen futuro; solo un pasado de muerte envuelto en banderas, religiones e ideologías llenas de mentiras. Solo me queda el tercer vértice: el horizonte que divide el cielo del océano, un horizonte de esperanza. Un nuevo amanecer que hoy me regala un arcoíris, fruto de una breve llovizna matinal.
Bajo de casa y, con esta última imagen positiva, subo al coche camino de Santa Cruz. Una vez allí, tras conseguir aparcar, me siento en la terraza de un bar a tomar un café para celebrarlo. Observo a la gente que pasa entre los árboles y los portales de los edificios frente a la comisaría de la policía local.
Me viene a la cabeza lo que le sucedió a Candelaria, mi amiga jubilada, hace un mes. En su rutina diaria, salió de su casa con el carrito de la compra. Al cruzar la calle, sintió la permanente mirada prepotente de la estatua del Monumento a Su Excelencia el Jefe del Estado, Francisco Franco. A solo cincuenta metros, se encontró con su vecina Guaci y se dieron los buenos días. Mientras charlaban, un coche de la policía local aparcó en la parada de guaguas. Sus ocupantes, un hombre y una mujer, descendieron del vehículo y entraron a desayunar al bar. Candelaria comentó con su vecina: «Si yo hiciera eso, me pondrían una multa». De repente, la mujer policía se giró, la miró y salió del bar. Se acercó a ella y, con tono autoritario, le dijo: «Ese comentario es una falta de respeto a la autoridad. ¡Enséñeme su carnet de identidad!». Candelaria, sorprendida, contestó: «Pero, mi niña, esa actitud suya de usted es un poquito de abuso de autoridad, ¿no cree? ¿Por qué se lo tengo que enseñar? Lo nuestro era una conversación privada». El otro agente se acercó y añadió: «Señora, si no hace lo que mi compañera le ha dicho, vamos al cuartelillo». Mi amiga, recordando las reminiscencias que le traía el término ‘cuartelillo’, se puso nerviosa y aquel escalofrío del pasado, que creía olvidado, le recorrió el cuerpo. Buscó su DNI y se lo mostró. La mujer policía tomó nota y le puso una denuncia por desacato y resistencia a la autoridad.
Veinte días después, Candelaria recibió en su casa una multa de casi 1000 € con la sugerencia —con un lenguaje más burocrático— de que si pagaba sin rechistar, ‘solo’ tendría que abonar 400 €. Consultó con un abogado amigo quien le aconsejó que, en la actualidad y con la Ley Mordaza en vigor, su reclamación no tendría recorrido; además, le saldría más barato pagar ‘sin rechistar’. Así lo hizo.
Cuando me explicó esta anécdota, Candelaria añadió que ese encuentro fortuito con la policía local de Santa Cruz le había devuelto a épocas pasadas de silencios. Cuando cohabitaban los mutismos de callar lo que no se podía decir con los silencios precavidos o temerosos de lo que no se debía decir. Parece que han resucitado. «Para que luego digan que las palabras no sirven para nada —reflexionó Candelaria en voz alta».
—¿Alguna cosita más? —me pregunta el camarero, sacándome de mis pensamientos.
—Otro café, por favor.
Mientras me lo trae, me fijo en el caminar de la gente que pasa frente a la comisaria. Por un lado, veo aquellas personas que súbitamente hacen un giro al verse frente a ella por sorpresa y se alejan. Otras llevan un paso apresurado, pero contenido, lleno de temor ante lo desconocido. Un tercer grupo es el de la gente que lleva un libro bajo el brazo y camina con un andar, entre curioso e indiferente, peligroso por sospechoso, que acompaña a las personas que preguntan y son curiosas. Sin olvidar ese cuarto grupo de paso marcial y ruidoso de los ‘afectos’ a la autoridad.
Con esta última visión, me vienen las palabras de mi padre cuando rememorando sus años mozos, allá durante los años 1940, me aconsejaba: «Si quieres salvarte, hazte invisible». Es triste pensar que a estas alturas del primer cuarto del siglo XXI, y debido a la poco democrática Ley Mordaza, aún haya personas que caminan inquietas frente a una comisaría, mirando las losetas del suelo, por temor a que su mirada sea interpretada como un desacato a la autoridad.
¡Ah!, pero la Ley Mordaza no va contra nosotros, afirmaron los legisladores del Partido Popular en julio de 2015 cuando la aprobaron en solitario. Solo va contra los independentistas y la gente conflictiva… como mi amiga Candelaria, la jubilada de Sta. Cruz, a la que se le volvió a meter en el cuerpo un silencio mudo que parecía haber dejado atrás…
… Y el PSOE sigue prometiendo derogarla desde hace una legislatura y media.
Si te ha gustado, puedes leer mi artículo del mes pasado: Arcoíris tras la calima: la esperanza como resistencia (3/3)
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