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Rosa Galdona

Daniel María nació en Agulo, La Gomera, en 1985. Es escritor y gestor cultural. Ha publicado poemarios, novelas, ensayos y relatos. Asimismo, noveló el guion literario de la película El extraño viaje (2011), con prólogo de Luis G. Berlanga. Desde 2016 firma la sección crítica “Qué Leer en diversidad LGBTIQ+” de la revista Qué Leer. Ha recibido los premios de periodismo cultural Paco Rabal Joven Promesa (2013), Leoncio Rodríguez (en 2013 y 2019) y Juan Torres Grueso (2016). En 2022 recibió el Premio Arkoiris Canarias al mejor escritor/a y el Premio Museari Queer Art de Literatura. En 2024 recibió el Premio Altavoz que otorga la Plataforma artístico-cultural del mismo nombre en la categoría de autor.

Ha publicado obras relacionadas con el mundo LGTBIQ+ (ahora parece que sobran las dos últimas letras, pero nosotras creemos que no). Destacan los poemarios Hilo de cometa (Premio Félix Francisco Casanova 2009), Flor que nace en los raíles (2015)  y Falconetti sobre fondo rosa (2018).  Con una alita rota (Lastura, 2023) es su último poemario hasta la fecha. En cuanto a narrativa tiene el libro de cuentos (De)función cómica (2009, las novelas El hombre que ama a Gene Tierney (Premio de Edición Benito Pérez Armas 2011), Un crimen lejos de París (2014), Un camerino propio (Egales, 2020), Bisutería auténtica (Egales, 2023), con el que vuelve a los relatos cortos y Antiguas boquitas pintadas (Lastura, 2024),  dedicada, según el propio autor nos cuenta en su instagram “a las señoras, a las señoronas y a las maricas mayores, al siglo XX que me acunó, al mariconeo esotérico, a las divas enjoyadas y, por supuesto, a dos de los escritores que más amo: Manuel Puig y Manuel Mujica Lainez”.

Con tan solo nueve años, nuestro escritor de este mes escribía poemas para sus amistades cada vez que había un cumpleaños, a quienes obsequiaba con ese regalo. Con esa costumbre tomó conciencia de que le gustaba mucho escribir. “Me di cuenta de que quería expresarme a través de las palabras y me apasionaba la literatura”, nos cuenta. Sus inspiraciones siempre han sido las mujeres cercanas a su vida, quienes han compartido experiencias y conocimientos a lo largo de los años, así como fuerza para sentirse quien es y expresarlo a través de las letras.


―Escribes desde muy pronto, ¿verdad, Dani? Cuéntanos tus comienzos.

A los nueve años escribía poemas y pequeñas historias que mi madre pasaba a limpio en un cuaderno, por eso sé que empecé a esa edad. En 1997 comencé a colaborar en un programa de radio local, donde leía mis poemas. Tenía 12 años, pero me lo tomaba muy en serio. A partir de entonces siempre me he sentido muy unido a la escritura.

―De esa infancia, ¿te apetece compartir alguno de tus recuerdos más queridos?

Pues precisamente cuando acudía al programa de radio en la emisora La Voz de Canarias. Llamaba mucha gente para pedir poemas o para recitar textos suyos. Me recuerdo muy entusiasmado mientras preparaba cada programa, eligiendo textos, copiando la biografía de los escritores que consultaba en las enciclopedias…  Ese trabajo de búsqueda y descubrimientos ya dibujaba un camino.

―Poesía, investigación, narrativa… no te voy a preguntar por qué tan amplio abanico de inquietudes… Pero sí en qué momento cada cosa. Es decir, poesía, por ejemplo, ¿cuándo te sientas a “escribir un poema” y no un fragmento de una novela que tengas a medias?

La poesía, por fortuna, es caprichosa; exige sus momentos y no tolera que la obligues a salir. Por eso siempre resulta una sorpresa. El resto de las escrituras demandan una disciplina, una fecha de entrega, una constancia que te permita continuar después del último punto. Y me gusta que sea así, que la poesía vaya a su bola, que sea intransigente y que imponga sus tiempos.

―Has escrito muchas obras y muy distintas. Con una de ellas, Los filiichristi de Agulo, ¿qué querías compartir? Seguro que a los lectores les resultará fascinante.

El libro dedicado a los filiichristi fue mi séptimo título, y fue el primero que dediqué a un asunto concreto de Canarias. En este caso, a un grupo de intelectuales y artistas que se consideraban teósofos y que pretendieron crear una comunidad en el Garajonay. Una historia fascinante que está ligada a la cultura oral de Agulo, a su misterio y a su particular ubicación en el mundo. Tal y como ellos aseguraban, puedo decir que no estuve solo cuando escribí ese libro, los siete filiichristi me acompañaron. No es casualidad que luego se convirtiera en mi séptima publicación.

―Un lei motiv para escribir. Elige uno. O dos…

Destruir es tan importante como crear. Lo esencial sobrevivirá a la destrucción. No hay que desanimarse. La escritura también es tiempo, descanso y regreso.

―¿Se puede afirmar que escribes “desde los márgenes”?

Escribo desde mi lugar en el mundo. No sé dónde situará el resto a ese lugar y a la literatura que creo. Solo sé que donde estoy, escribo.

―¿Qué te atrae de la disidencia, de lo ninguneado, de lo despreciado por la cultura tradicional?

Me atrae que la disidencia también señala. Se sitúa enfrente de lo tradicional, lo convencional, lo normativo, lo establecido, lo decente, lo bueno, lo cardinal y lo admirable. Y si te fijas un poco, enfrente de la disidencia hay un mundo que agoniza, pero que acumula el suficiente poder como para decidir dónde tienes que estar y qué violencia debes recibir. Mientras está vivo, sigue dañando, pero le fallan las fuerzas porque el mundo avanza, imparable, hacia la diversidad, el respeto y la inclusión.

―¿Cómo ves el panorama sociocultural actual? Me refiero a la involución de una parte importante de la juventud con el auge de las tendencias ultraconservadoras.

El fascismo tiene el control de los medios, de las apps, de las redes sociales… por lo tanto, pueden difundir su mensaje de odio, sus mentiras y sus violencias a una velocidad de vértigo y llegar a muchísima gente, ya sea joven o adulta. Pero luego está la calle, los círculos sociales, la vida en los barrios, las comunidades, las familias, donde la convivencia muestra el mundo real en el que vivimos. No tengo la respuesta mágica, pero sí el convencimiento de que el contacto personal y la visibilidad, aun con todos sus riesgos, son necesarias en una era megadigitalizada.

―¿Crees en el ser humano? ¿Crees que la escritura es la salvación para nuestros pecados? 

A veces pienso que no tengo otro remedio que creer en el ser humano… Pero en lo que no creo es en el pecado, salvo para recrearlo en ciertas circunstancias. Creo que la escritura ayuda, acompaña, facilita el desahogo, el hallazgo, el encuentro, la comunicación, la fantasía, la felicidad... Pero hay gente horrible que escribe muy bien, gente penosa que lee textos maravillosos, gente repugnante que edita libros extraordinarios, gente maleducada que genera cultura… Así que, quizás, la cultura no es suficiente y se necesite un poquito de humanidad… Qué sé yo.


Bisutería auténtica, su penúltima obra, es una recopilación de ocho relatos de anécdotas de amigas travestis, y “se basa en testimonios de aquellas que no acalló el sistema y lucharon por un futuro libre en Canarias”, cuenta Daniel María. En esta obra comenta que se pretende poner el valor en la autenticidad y no en el precio que le ha puesto el sistema a todo: a las identidades, a los cuerpos, a las expresiones, incluso a la propia belleza. “Con Bisutería auténtica hago una oda de lo barato, lo que hasta ahora ha sido considerado con poco valor. Para mí, tiene una gran trascendencia y si esa mirada la traslado a mi propia literatura, los discursos de personas que el sistema ha considerado que no tienen historia son los que más me interesan”, asegura el escritor.

Su libro es fruto de una búsqueda de hemeroteca, de espectáculos travestis que ha habido en Canarias y de proyectos pilotos de lucha contra el sida que se desarrollaron en el Archipiélago a partir de los años ochenta. “A medida que vas creciendo, presuponen tu origen y considero que, como persona marica residente en Canarias, mi origen está en la comunidad LGBTIQ+ que me precede: las travestis, las maricas, las bolleras, que vivieron una etapa durísima durante la dictadura militar y cuyos testimonios todavía podemos rescatar”, explica el autor.

La gestación de esta obra, nos aclara Daniel, además de un trabajo de investigación, fue un tiempo de escucha y de atención. “Este es uno de los libros que más alegrías me sigue dando y por el que recibo una complicidad muy cálida por parte de quienes lo leen. Está escrito desde el amor y el respeto a las travestis que han marcado nuestra historia”, nos explica.

En su novela se utiliza el término “espacio seguro”. El autor explica que hace referencias a las peluquerías de barrio donde trabajan o se reúnen muchas de las protagonistas. “Lo considero un espacio seguro porque fue ahí donde aprendí a escribir escuchando las historias de muchas mujeres”, comenta Daniel María. El sentimiento de pertenencia y de arroparse a una misma son puntos claves en los textos, así como el empoderamiento y la valentía de las protagonistas: “Admiro mucho la supervivencia que han tenido y cómo avanzan hacia delante, creando una comunidad libre, segura y donde yo he encontrado la mayor inspiración para estas historias”.

En Un camerino propio, Daniel se abraza a la estética camp con relatos de la disidencia y de lo popular en los que bailan juntos Raphael, Chavela, Rocío Dúrcal, La Lupe, Lola Flores (de cuya costumbre de pedir “un camerino propio” en sus giras, tomó María el título para este libro), Massiel, Hamphrie Bogart o David Bowie. Esta obra posee un indiscutible guiño al feminismo más auténtico de la habitación propia de Virginia Woolf y una mirada fresca a lo que él llama el desbordamiento de la vida y de la literatura[1], un juego teatral en el que todo es máscara y teatro.

La estética del arte popular que basa su atractivo en el humor, la ironía y la exageración es la estética camp, la forma de ver la vida que adora nuestro escritor. Suele identificarse esta mirada con los espacios de la banalidad, la vulgaridad, la artificialidad, el humorismo, la ostentosidad y hasta lo esperpéntico.

En su última obra hasta el momento (es arriesgado decir esto), Antiguas boquitas pintadas, esta estética tan particular brota como una diva que salta a la alfombra roja. Daniel pone en esta novela a sus personajes a pasear por los derroteros más extravagantes que el lector pueda sospechar. Inspirada en Boquitas pintadas del argentino Manuel Puig, que abordó el folletín de manera espectacular a finales de los años 60, la obra de Daniel se divierte pintando historias de señoronas amantes del esplendor, excéntricas, paródicas y viejas locas desconocedoras absolutamente del pudor. Todo un espéctaculo de la narrativa rompedora que gusta al autor. Su lectura, créanme, es una delicia. Si no me creen a mí, crean al autor, que nos dice lo siguiente:

Muchas habrán detectado el homenaje, absolutamente explícito, a las Boquitas pintadas de Manuel Puig. La obra del argentino es uno de los faros inspiradores de mi escritura. Su narrativa, incluida la correspondencia, los guiones de cine, los argumentos de los guiones jamás rodados, así como sus relatos, cayó en mi imaginario durante los estudios de filología que nunca terminé.

Puig fue la gran revelación. Su aprecio por el melodrama, por las canciones populares y las estrellas del celuloide, por las radionovelas y fotonovelas, por los géneros consumidos en los kioscos, por la estética kitsch y el mariconeo, tanto en la evidencia como en la solapada oscuridad de la celda, me señalaron un camino de lecturas y posibilidades literarias que continúan ejerciendo un gran magisterio en la profundización de mi voz. De mis voces.

Me fascinan los títulos, por lo que adelantan o sugieren, pero, sobre todo, por lo que señalan implícitamente, en una comunicación secreta que se establece entre mi imaginario y el del público que lo lee. Detrás de El hombre que ama a Gene Tierney, título de mi primera novela, o del poemario Falconetti sobre fondo rosa, hay una historia íntima con ambas actrices, la melodramática y sospechosa Gene Tierney y la muy secreta María Falconetti, protagonista de la Juana de Arco de Dreyer.

De un modo aún más personal, como quien custodia un tesoro, los títulos de Un camerino propio y Bisutería auténtica conectaron con perfiles enormemente cómplices y esto es lo que más me emociona de quien se acerca a cualquiera de mis libros y luego decide comentarlos conmigo. Descubrir que adoramos a tantas diosas, obras, recuerdos y sensaciones, y que todo ese archivo emocional nos permite mantener vivo un mundo de fantasía en este contexto tan hostil es, sin duda, la mayor recompensa. Por eso agradezco tanto que estés leyendo estas líneas.

La antigüedad que adjetiva, a las ya adjetivadas boquitas, incide en la imperiosa presencia de la vejez en las protagonistas de esta historia. Amo a las señoras, a las señoronas, a las mujeres y mariconas mayores, que se sitúan en un punto de la vida totalmente punky, impaciente y arrollador. Esas señoras que se cuelan en las colas de espera, que protestan al segundo, que no quieren callarse nada, que expresan su intransigencia con una denotada actitud de dueñas de la hacienda, de reinas de la corte, de emperatrices del suelo que pisan y del horizonte que ven sus ojos, siempre perfilados y sombreados hasta la última brizna soportable.

Señoras travestis como Sara, Maruja y María Félix. Señoras cardinales como la Davis, la Crawford y Zsa, Zsa. Señoras perpetuas como Marlene, Liz y la Collins. Señoras iluminadas como la Virgen María y Quentin Crisp, que dan sentido a la divinidad. Estirpe a la que pertenecen, obviamente, mariquitas legendarias que se convierten en señoras: Liberace, el muy desconocido Eduardo Gadir, Truman Capote, Terenci Moix… Las transformistas del estrellato máximo: Madame Arthur, Paco España, Psicosis González o la inmensa Pavlovsky. Y, por supuesto, el Maestro Joao, Rappel o Walter Mercado, que además potencian el lado esotérico del mariconismo y lo muy marica que es el esoterismo. Todas estas cuerpas laten en la historia como velas prendidas en el lampadario de un templo.

Por otra parte, creo que esta novela, en su conjunto, es un canto al siglo XX, época en la que creo que voy a quedarme. Lo que va de siglo XXI me tiene desconcertado, terriblemente desubicada, y vivo en una constante reminiscencia. O, dicho de otro modo, en una constante necesidad de refugio en las canciones, las películas y los libros de un tiempo que, para nada, fue mejor (jamás volvería a la nula existencia de los derechos que aún siguen amenazados), pero que me ancla a un imaginario del que me cuesta encontrar correspondencia en esta hora.

A veces una Lady Gaga, una Lana del Rey, una Miley Cyrus en su crecimiento, una Billy Porter, una Sam Smith, una Jennifer Coolidge… me hacen apreciar este siglo, pero inmediatamente una presencia de Nacha Guevara, de Sophia Loren o de Omara Portuondo acaparan mi atención. Quizás deba esperar a que se hagan viejas para que empiecen a interesarme, pero hay algo en el transcurso del siglo XX, sobre todo en sus últimas décadas, que origina esa atracción. Creo que el imán de todo ello es mi infancia. Y eso es irremplazable.

Recuerdo las palabras del genial crítico argentino José Amícola, en su imprescindible obra titulada Camp y posvanguardia. Manifestaciones culturales de un siglo fenecido, cuando dice:

La cultura de masas (y todo lo marginado en el siglo XIX) ha dejado de verse como la loca encerrada en el altillo de la casa burguesa. En este sentido, podríamos decir que la loca (y también la folle) ha bajado a la sala y se sienta ahora a la mesa.

De alguna manera, esta reflexión ha estado presente a lo largo de toda la escritura. Mis viejas locas, las viejas tías, que me gustaría que fueran asumidas como tías de todas, han decidido abandonar un tiempo del que se sentían lejanas, precisamente abriendo las puertas de sus secretos, permitiendo que su mundo se convierta en museo-fantasmagoría, un palacete-camerino que encierra un modo de existir que no tiene sentido fuera, que incluso podría asumirse de forma equivocada, pero en el riesgo de ser observadas palpita la fantasía de quienes fueron. Por eso este libro, aunque es solo un juguete, un entretenimiento, un pasatiempo para todos los públicos, solo lo entenderán del todo las locas, las señoras y las mariquitas.

La sociedad actual, según el artista, “aún tiene mucho que aprender y luchar a base de educación y respeto”. A Daniel María, la escritura le ha servido de ayuda para transmitir muchos de sus pensamientos y cree firmemente en que  sus historias puedan ser el  propio origen de generaciones futuras, pues asevera que “escribir desde la visibilidad nos dará un futuro inclusivo y menos violento”. ¡Esperamos con entusiasmo que tenga razón!

“Me atrae que la disidencia también señala”. Nos quedamos con esta afirmación tuya como descripción de tu actividad creativa, Daniel. Y también con tu leiv motiv “lo esencial sobrevivirá a la destrucción”. Son palabras que alimentan la esperanza en estos tiempos de niebla pertinaz. Gracias por enriquecer nuestro panorama cultural canario, amigo. Tu lugar es único, insoslayable e intransferible. ¡Que la fuerza de Cheer y Bowie siempre te acompañen!


[1] Recomendamos al lector esta locución de nuestro autor en la TV canaria https://rtvc.es/un-camerino-propio-la-nueva-obra-del-escritor-tinerfeno-daniel-maria/

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